Decía Mourinho en la previa que en este partido no jugaba la
historia, y viendo el final de partido debe ser cierto. Lo del Real Madrid en
Munich debe estar relacionado con lo místico, lo mental o lo extrasensorial.
Algo más a analizar por Iker Jiménez que por los entendidos en la estrategia
futbolística.
Cuando el partido ya agonizaba y el Real Madrid se llevaba un
valioso empate de un partido bastante rácano, una concatenación de errores dio
con el gol definitivo de Mario Gómez, ese hijo de emigrantes granadinos al que
en Alemania apodan Tor-rero (tor es gol en alemán).
El cuadro de Mourinho salía al campo con lo esperado, que es lo de
siempre pero con Coentrao en lugar de Marcelo. El lateral portugués es algo así
para Mourinho como el primo de Zumosol,
que te lo llevas a las peleas porque prevés que te defenderá de los
gamberros de la clase, pero cuando llega la hora de dar mamporros sale corriendo
y te deja con el culo al aire. Eso ocurrió en el gol definitivo. Lahm le encaró
por el costado derecho, Coentrao picó, se fue al suelo y le dejó el camino
libre al capitán del Bayern para que centrase a placer. A Mourinho le
preguntaron en la entrevista a pie de campo por esa jugada y respondió diciendo
que no le gustaba la pregunta. A los madridistas, en cambio, no les gustó que
Florentino soltase una “talegada” por un jugador correcto sin más. Un
complemento. Fondo de armario. Treinta millones de euros deberían estar
invertidos en otra cosa. Si no los inviertes en calidad, al menos inviértelos
en estilo o clase, no en mechas, tunning y polígonos.
El partido comenzó con intercambio de golpes. Benzema tuvo el 0-1
en un potente disparo que Neuer consiguió despejar hábilmente. El francés
llevaba varios partidos en babia y parecía estar reservándose para esta cita,
pero tampoco estuvo a la altura. Su compatriota Ribery, en cambio, sí acertó a
los pocos minutos. El gol llegó en la segunda mayor pesadilla de Mourinho
después de Messi: las jugadas a balón parado. Saque de esquina, barullo en el
área, posible mano del Bayern, balón suelto y uno a cero. Empieza a rozar la
psicosis lo del Madrid con las jugadas a balón parado, sean faltas o
lanzamientos de esquina. Hasta el más tonto le pinta la cara últimamente.
El Madrid pasó entonces por unos momentos de zozobra, a medio
camino entre el miedo a un segundo gol y las prisas por empatar. Así concluiría
la primera parte, con la sensación de no haber hecho méritos para empatar y
tampoco para ir perdiendo. Eran conscientes de que irse de Munich sin anotar un
gol era demasiado peligroso si querían volver a este estadio a jugar la final.
El equipo salió algo más animado en la segunda mitad y antes de que se
cumpliesen los primeros diez minutos Özil logró la igualada después de una
larga jugada, en la que primero Ronaldo falló en el mano a mano y luego cedió
al alemán marca que marcase a placer.
El gol tranquilizó al equipo, tal vez en exceso, y en vez de
tratar de finiquitar la eliminatoria se conformó con el empate. Mourinho empezó
a mover el banquillo para darle estabilidad al centro del campo. Entraron
Marcelo (que estará pensando qué tiene que hacer para jugar un partido
decisivo) y Granero por Özil y Di María, al que todavía se le nota la
inactividad. Los cambios no tuvieron el efecto deseado, ya que no sólo no se
consiguió apoderar del balón si no que se creó cierta sensación de descontrol
por los sucesivos cambios de posición de ciertos jugadores, como Ronaldo, que
jugó en banda derecha y en el frente de ataque o Benzema, que retrasó su
posición unos metros para jugar de segundo delantero hasta que fue sustituido
por Higuaín. No es la primera vez que Mourinho trata de amarrar un resultado
este año y se acaba dando un coscorrón.
El partido se hizo también más bronco, algo esperado entre dos
viejos enemigos con mil guerras a sus espaldas. El Madrid acumuló
amonestaciones hasta llegar a la media docena sólo en la segunda mitad. Alonso
incluso coqueteó con la expulsión por una entrada a destiempo, lo que podría
haber sido más grave que la derrota en sí. Que el vasco no juegue tiene el
mismo efecto para el Real Madrid que quitarle a un ciego su bastón.
De aquí al final el Bayern protestó un par de penaltis. En los dos
el protagonista fue Coentrao, primero arrollando a Mario Gómez cuando Ramos ya
había sacado el balón y luego disparándose en el pie en un despeje, que por
poco no acaba en las manos de Pepe. Luego, el gol ya comentado. No habrá tiempo
para curar la herida pues a la vuelta de la esquina espera el Barcelona. Media
liga estará en juego el sábado en el Camp Nou. Lo que allí ocurra puede marcar,
anímicamente, el devenir del partido de vuelta.
Volviendo a la entrevista a pie de campo, Mourinho comentó que no
sería necesario recurrir a la épica para pasar la eliminatoria. Una victoria
por 1-0 sería suficiente. Aún así, el Madrid suele desenvolverse mejor cuando
los partidos se convierten en un vendaval de ocasiones y es el corazón el que
toma el mando y la inercia la que te impulsa. Algo así como el cuento del
ciempiés, que cuando el sapo le pregunta en qué orden mueve las patas y este se
para a pensarlo se hace un lío y no puede volver a caminar jamás. De cualquier
modo, el Real Madrid en su conjunto es
mejor equipo que el alemán, que fuera de su feudo debería asustar menos,
si es que existe algún momento en el que un alemán deja de ser fiero. En una
semana, el desenlace.
Juan José Poderoso
@jjpoderoso
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