A los 20.000 colchoneros que poblaron el sábado por la mañana el
Calderón les faltó leer a Jock Stein, pero a semejante masa a ver quien
le explica que no, que el partido se jugaba en Concha Espina.
-“Tenemos la mejor hinchada del mundo, pero nunca he visto a un hincha
marcar un gol”.
Aunque para hinchadas la del Madrid. Esa opereta de silbidos en la
menor cuando vienen mal dadas que, aunque suele ser casi nunca, se autoimponen
que sea un casi siempre.
Mou saltó al
campo con el traje de gala. A la hora exacta en el sitio exacto. Como había
avisado a quien quisiera pelea. Lo que vino después fue un aplauso general de
quienes a 40 minutos para el comienzo del partido andan ya en la butaca y no
comprando pipas que, en el caso del coliseo madridista, han pasado de venderse
por gramos a venderse por kilos. El daño colateral de ese
órdago a grande llegó en forma de artículo. El que debió escribir de nuevo el
incendiario –mechero de gas, sin gas- Diego Torres quien en un alarde de
figuración retórica comparó no hace mucho al portugués con Mussolini en
ese bar de borrachos que es Twitter. Suscribiré las palabras de Ruiz
Quintano: vamos a tener que rebajar los méritos de Mourinho porque
en contra solo tiene a merluzos.
El partido pues pasó para los rojiblancos por cinco fases. La primera
de ellas es definible con la histórica pancarta que ha sudado y comido polvo en
el Calderón: “Este año sí”. Una negación sistemática de la realidad: 13
años perdiendo contra 13 equipos mejores. Sin más. Y tras ella la ira, la
testiculina que tan bien se siente representada por el Cholismo ilustrado, un
neologismo de Manolete a quien ni si quiera dejan ser del comando
chuletón.
Firmar tablas antes del Derby es la fase de la negociación. Dicho lo
cual, Germán Burgos también es un negociante algo maltusiano.
-”Yo no soy Tito, yo te arranco la cabeza”.
La depresión llega cuando pita el árbitro. Es el momento de negar con
la cabeza y cuando se piensa que debería haber por Ley del Deporte dos partidos
a los que no poder presentarse y, que como al Barça en la Copa del Rey, se le
den a uno perdidos por dos cero. Y esos son los derbys. El final es la
depresión, la aceptación y la paz interior de esa muerte lenta que supone el
llegar a la oficina como llegábamos al colegio, después a la universidad y
después a la oficina: con el Ipod retumbante en el autobombo que supone el
creer que los cinco puntos importan más que trece años arrastrando la camiseta.
Sirva pues de descanso a la lucha impuesta del partido tras partido
hasta que la dicha no se cumplió. Aunque siempre quede consuelo:
Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud.
Darío
Novo
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