miércoles, 18 de abril de 2012

0 Ninguna sociedad se explica con ceros y unos (I)


En esos artículos Vidal sostiene que España rinde peor que otros países occidentales en multitud de ámbitos, y lo explica en último término por las virtudes de Reforma y las carencias de la Contrarreforma. Sigue así el camino abierto por Max Webber, pero se adentra en cuestiones que el alemán no incluyó en su famoso ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
El problema de la tesis de Webber, por más atractiva que intelectualmente pueda resultar, es que no se corresponde con la realidad. El capitalismo no nació en la protestante Gran Bretaña, sino en las muy católicas ciudades-estado italianas. Sus bases teóricas no se encuentran en los trabajos de Adam Smith y demás pensadores anglosajones, sino en los de los autores de la muy católica y española Escuela de Salamanca. Por otra parte, tras examinar el desempeño económico durante varios siglos de 276 ciudades protestantes y católicas alemanas, el economista Davide Cantoni no encontró diferencia apreciable alguna.
Con lo que llevamos dicho, resulta ya evidente que, a la hora de establecer comparaciones entre sociedades, existen otros factores de mayor influencia –al menos en el terreno económico– que el credo mayoritario en ellas. De hecho, España no mostró mal rendimiento hasta el siglo XIX, con su interminable sucesión de guerras civiles y turbulencias políticas, que nos lastraron mientras otros países, que vivieron tiempos más pacíficos, prosperaron.
Negar que las diferencias entre las distintas confesiones cristianas permitan explicarlo todo no significa creer que no tengan la menor importancia. La cultura es crucial para explicar el mejor o peor desempeño de una sociedad, siempre que con cultura no aludamos tanto a las obras Mozart y Cervantes como a eso que los economistas llaman a veces "capital humano", y en lo que tienen cabida las habilidades técnicas, la capacidad de ahorro o, efectivamente, las actitudes frente al trabajo, la violencia, el riesgo, la educación y la empresarialidad. Hay quien reduce las diferencias a la religión, sí, o, como el célebre Jared Diamond, a la geografía. Ambas circunstancias tienen su peso, sin duda, y de tontos sería creer lo contrario, pero están lejos de constituir una explicación omnicomprensiva.
Casi cualquier hipótesis que queramos mantener puede presentar en su favor anécdotas o datos sesgados. El problema es que también habrá siempre anécdotas o datos sesgados que jueguen en su contra. Un ejemplo. No cabe duda de que, por regla general, los políticos estadounidenses dimiten más y se toman más en serio sus responsabilidades que los españoles; pero si nos pusiéramos a enumerar no sólo casos aislados sino ambientes políticos norteamericanos completamente corruptos –como el de Illinois, en el que se formó el actual presidente Obama–, los ejemplos que podríamos aducir serían muy numerosos. Si posteriormente los comparáramos con sólo dos o tres casos españoles escogidos al azar, sacaríamos fácilmente la conclusión de que los yanquis son infinitamente más corruptos que los españoles. Por eso los científicos sociales llevan tanto tiempo desarrollando, con éxito discutible, metodologías que permitan separar las opiniones personales de los hechos.

Daniel Rodríguez Herrera
Libertad Digital

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