lunes, 9 de abril de 2012

0 La iglesia de Google (IV)


La solución propuesta suscitó otra polémica aún más feroz. Las condiciones parecían conceder a Google un monopolio sobre las versiones digitales de millones de libros “huérfanos”, esto es, aquellos cuyos titulares de los derechos de autor eran desconocidos o ilocalizables. Muchas bibliotecas y centros educativos se temían que, no teniendo competencia, Google pudiera elevar a su antojo las cuotas de suscripción a su base de datos. Durante la presentación de una demanda judicial, la Asociación Americana de Bibliotecas advirtió que la empresa podría “fijar un precio de suscripción de máxima rentabilidad para ella, pero fuera del alcance de muchas bibliotecas”. El Departamento de Justicia y la Oficina de Derechos de Autor estadounidenses criticaron el acuerdo, ya que según ellos otorgaba a Google demasiado poder en el futuro mercado del libro digital.
Otros críticos tenían una preocupación relacionada, pero de índole más general: que el control comercial sobre la distribución de información digital condujera inevitablemente a restricciones sobre el flujo de conocimientos. Sospechaban de los motivos de Google, a pesar de su retórica altruista. “Cuando empresas como Google buscan en las bibliotecas, no se limitan a ver templos del saber en ellas”, escribió Robert Darnton, quien, además de enseñar en Harvard, supervisa su sistema bibliotecario. “Ven activos potenciales, o lo que ellos llaman contenido, listos para su explotación”. A pesar de que Google “persigue un objetivo loable al fomentar el acceso a la información” entrañaría un riesgo demasiado grande. “¿Qué pasará si sus actuales propietarios venden la empresa o se jubilan? –se preguntaba-. ¿Qué pasará si Google prima la rentabilidad sobre el acceso?”. A finales de 2009, el acuerdo inicial se había abandonado, y tanto Google como las demás partes intentaban recabar apoyos para una alternativa un poco menos radical.

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales

Nicholas Carr

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