Como la mayonesa de bote, el nuevo Gobierno de Artur Mas lleva impresa la fecha de caducidad en la etiqueta: 2014. Malo, pésimo o peor, lo único cierto es que habrá de ser igual de efímero que el que le precedió. Si su presidente cumple la palabra dada a la Esquerra, porque, llegado ese instante procesal, quedará inhabilitado por la Justicia para ejercer cargo público en aplicación de lo establecido en sentencia del Constitucional sobre el plan de su alter ego, Ibarretxe. Si no la cumple, porque sería la propia política quien lo desautorizase tras faltar por segunda vez consecutiva a lo prometido.
A falta de notario, acaso no le quedaría otra salida en esa tesitura que acudir a la consulta de algún psiquiatra. Sea como fuere, en ambos escenarios la normal continuidad de la legislatura se antoja imposible. De ahí que, apenas recién nacida, esté muriendo: la precampaña electoral ha comenzado antes incluso de que los consejeros hayan tomado posesión de sus carteras. Consejeros entre los que solo el titular de Economía, Mas-Colell, resulta ser alguien extramuros de la política profesional. El resto del equipo lo componen un ramillete de oscuros apparatchiks sin otro oficio que el independentismo a jornada completa a cambio de catorce pagas y lo que caiga.
Triste ejército de sombras chinescas que encabeza la vicepresidenta Ortega, contumaz zurupeta que, siguiendo una ya muy arraigada tradición local, se hizo pasar por licenciada universitaria desde la atalaya de un precario bachiller. A su vera, Germà Gordó y Francesc Homs, dos talibanes del pinyol, la guardia de corps del hijísimo Oriol, comandarán la tripulación de un viaje a Ítaca con escala más que probable en algún juzgado de lo penal. Tras ellos, la marinería rasa, cerca de una docena de medianías comarcales entre la que únicamente destaca Ferran Mascarell, el último mohicano de la izquierda caviar barcelonesa. Una lección viviente, ese Mascarell, de la versatilidad ideológica del alto mando doméstico. Justo en medio de la reunión donde iba a anunciar su candidatura en las primarias socialistas para la Alcaldía, recibió una llamada de móvil. Era Mas comunicándole que acababa de nombrarlo consejero de Cultura. Ni un minuto tardó en romper el carné del PSC. Todo por la pàtria. Lo dicho, un Gobierno de bote.
José García Domínguez / Libertad Digital
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