Todo empezó el 6 de Febrero de
1971. Aquel frío día de invierno, en la sierra abulense, nacía José María
Jiménez “Chava”. Un hombre en perpetua comunión con la bicicleta, su pasión, su
perdición.
Para situarnos antes de la forja
de una leyenda, es de ley hablar de sus inicios. Chava pronto haría sus faenas,
y que faenas, en las cercanías de su pueblo, El Barraco, aquí al lado y cerca
de Ávila cuna de grandísimos escaladores entre los que destaca su cuñado,
Carlos Sastre, ganador del Tour de Francia 2008. Años después, la figura del
Chava quedó tan presente entre los niños del lugar que todos, en la calle, se
pedían ser él.
El joven Chava, en la categoría
amateur pronto comenzó a destacar, imponiéndose en cada cumbre que pisaba con
la facilidad de un serpa. Los resultados no tardaron en llegar, el Circuito
Montañés era suyo.
Estos demoledores triunfos
llegaron a oídos de Banesto. Corría el año 1992, la estructura heredada de Reynolds,
era manejada por dos navarros de pro como Echávarri y Unzúe. Eran tiempos en
los que Banesto era el equipo de España, con Miguel Indurain abonado al maillot
amarillo tras destrozar a mil y un rivales de la talla de Lemond, Chiapucci o
Fignon.
Chava, muy bisoño y lejos de los
focos que apuntaban a Indurain, poco a poco preparaba su salto a la élite. Y lo
preparaba como sólo él sabía, escalando. Llegó el declive de Indurain allá por
1996, el de Villaba dejaba huérfana a la bicicleta española con su retirada. “A
rey muerto, a rey puesto” pensó la prensa española; Olano era su heredero
natural. Sin embargo, el guipuzcoano no colmó las expectativas y fracasó en su
digno intento de sustituir al campeonísimo. Corría peligro el ciclismo español
de entrar en un descenso como si fuera el del Tourmalet.
Pero apareció él, Chava. No
ganaba, era irregular, estaba desconectado de la carrera decían sus
detractores, puristas del ciclismo como si de un Tendido 7 de cunetas y bidones
se tratara. Sin embargo él nos hipnotizaba, bailaba con la bicicleta un tango
de emociones desde el momento en el que la carretera selecciona héroes.
Llegaron triunfos, triunfos muy
sonados como el campeonato de España en 1997, y sobre todo etapas en la Vuelta
a España. “Su” Vuelta a España, donde la afición le arropaba, mimaba y brindaba
por él como si de un Niño Jesús se tratara. Vencían otros la ronda española,
nombres respetables pero olvidables.
Sin embargo, Chava era la tertulia de bar, ya podía llevar el jersey de
líder el que quisiera, que entre café, puro y carajillo, la conversación era de
Chava. Podía ser su espectacular galopada al triunfo o…su petardazo más sonado.
Era él, exceso en todo, defecto en nada.
No queremos dejar pasar por alto
su triunfo más recordado. Mítico, inesperado, heroico, divino. Todo adjetivo
queda corto a su triunfo en el Anglirú. La montaña que desafiaba al hombre en
el lejano 1999. Sólo los más atrevidos habían aventurado su suerte a la montaña
más temible que jamás había conocido España. Porcentajes desafiantes a la ley
física sólo apto para valientes. De ese día recordamos dos imágenes del que
perdió y del que ganó. Del Ying y el Yang. Porque todos hemos sido muchas veces
Pavel Tonkov, pero no todos hemos rozado la gloria con la yema de los dedos
como aquel septiembre, lo hizo Jiménez.
Llegado el día de marras, la neblina
asturiana daba la bienvenida al Infierno, seguramente más de uno pensó que el
Diablo esperaba arriba de la montaña para coronar al expedicionario más
afortunado. Caminaba Pavel Tonkov, con su característico ritmo cansino pero
atinado al triunfo, era un vencedor honorable para inaugurar el Rey de Reyes de
la montaña española, pero la afición española no quedaba satisfecha. Todos
querían a Chava…Y Chava no defraudó, emergió entre la niebla, cuando la montaña
agonizaba, como si de un torpedo de fabricación soviética se tratara para
borrar del mapa a Tonkov y coronar el Anglirú como vencedor. Era el triunfo de
la afición, todas las ilusiones de los más apasionados de la bicicleta se
depositaron en aquella victoria. Tan bella, tan recordada. Después vendrían más
visitas al Angliru, pero coincidirán en que solo hay un primer amor: y el
corazón siempre nos dirá que la inocencia del 20% la rompimos con el Chava.
Después de algún triunfo más en
el cambio de Siglo, todo cambió. Esa cabeza que sólo soñaba con rampas y
porcentajes, se abandonó a su propia suerte. Un autocastigo por el que pasaron
otros grandes de la montaña, Pantani sin ir más lejos. Estuvieron siempre tan
cerca del cielo que le cogieron el gusto y allí están. La muerte sorprendió al
Chava en su mejor momento tras las épocas problemáticas, cuando dejó de contar
los días de tres en tres. Entonces tiró de la bicicleta, su amor, el nuestro,
para dejar claro que quería salir del infierno. Pero los excesos, imperiosos
excesos como los definiría Tom Wolfe en su Hoguera de las vanidades, pasaron
factura y un 6 de diciembre de 2003 decía adiós. Adiós para siempre.
Hoy, 9 años después de su muerte,
te seguimos recordando Chava. Cada palmo de carretera en la Vuelta a España
tiene una pintada escueta, con cinco letras. C H A V A. Muchos ganaron más que tú, pero
tú ganaste el premio eterno, el que sólo consiguen los elegidos: el premio del
público. Porque aunque no lo creas, sigues siendo tertulia de bar, héroe del
pueblo ciclista y siempre, siempre, estarás en nuestra memoria. Eres eterno,
José María Jiménez. Eres eterno, Chava.
A.Briega
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