Diciembre, 1958.
Querido Emilio:
A mi edad, puedo permitir que se me haga cualquier
injusticia, pero difícilmente perdonarme a mí mismo el hacerla yo.
Acertada, desde luego, tu determinación espontánea
de suspender mi colaboración. Egoístamente esta determinación coincide con que
me alivia del trabajo que menos me convenía, aunque no fuera el que menos me
interesara. Partiendo de la seguridad inicial que tienes de que yo acepto de
pleno, y sin intento de arreglo tu idea, de que consiento hasta en la ya más
peregrina de que me concedas la libertad, según tu propia expresión, debo, si
no ya al Director, al amigo, que corrió aquel día a la cama donde estaba
muriéndome, aunque él en el uso de su derecho, no de un deber, no se explique,
una explicación. Uno de tus más asiduos colaboradores vino a explicarme el
ataque –que no puedo juzgar yo mismo- que me hiciste en la Televisión, lugar en
el que también trabajo. Eran unas declaraciones
públicas bien terminantes. Eso provocó mi telegrama que no has debido
meditar en tu prudente comedimiento, en lo que tenía de natural reproche
legítimo e incluso cariñoso. El telegrama decía textualmente: “Me alegra
infinito tu nuevo triunfo y siento no poder corresponderte en algunas apreciaciones
literarias demasiado públicas. Punto. A mí, privada y públicamente, me gusta
siempre lo que tú haces. Punto. Felicidades.” O sea, que yo no correspondía a
tu gratuita impertinencia, no por ninguna bondad, sino porque a mí en cambio me gustaba tu labor, tu manera,
lo que había dicho siempre pública y privadamente. Sigue en pie lo que tú has
dicho, tu ofensa, y no se puso en pie ninguna ofensa mía. Ni se pondrá, querido
Emilio.
No volveré a escribir en Pueblo. Pero no me perdonaría yo –en tanto que vamos muriéndonos-
que esto quedara confuso. Tanto que iré a verte a ti, al que me vino a ver un
día a Cuenca, para despedirme. Si Dios te nubla la cabeza de soberbia de tal
modo que no me quieres ver, ya es otra cosa. De ciertos pasos no me arrepentiré
nunca. Y uno de ellos es el de subir las escaleras de Pueblo para decirte personalmente: adiós.
Te saluda, César González-Ruano.
0 comentarios:
Publicar un comentario