Han provocado cierta agitación unas palabras del actor Alberto San Juan acerca de un concepto, el de «intelectual de derechas», en el que él detecta un oxímoron. Exactamente como le ocurría con el 'Pensamiento navarro' -o es pensamiento, o es navarro- a Unamuno. Y caramba, así, sin pretenderlo, ya me ha salido solo todo un prócer intelectual que no era de izquierda. Ni ameno, todo hay que decirlo.
Lo que sorprende es que todavía haya quien ansíe pelearse por el monopolio de la tan degradada etiqueta de intelectual, que, a diferencia de la de médico, no te permite llevar ni una pegatina de aparcamiento libre en el parabrisas. Para defender la civilización, incluso para hacerla, desde Termópilas hasta Omaha Beach, la Historia nos dice que ha resultado mucho más eficaz el pelotón de Infantería de Spengler, al que sí se tiene gran devoción en casa, mientras que los 'J'accuse' zolianos se encomiendan al periodismo en tanto que éste no sea definitivamente domesticado por las subvenciones y los anunciantes, en ese futuro en el que todos saldremos de la crisis convertidos en 'La Vanguardia'.
Por supuesto que existen inteligencias, pretéritas y contemporáneas, que uno admira. Pero todas se caracterizan por romper ese paradigma reductor, sectario, que es la división única entre izquierda y derecha, la que hace tan previsibles a los que la asumen tal cual. Si algo envidio de Alberto San Juan, y de los integrados en una consistencia dogmática como él, es la grata sensación de superioridad que ha de propiciar pertenecer al lado indiscutiblemente bueno. ¡Hasta su oficio es demasiado honroso para concebir siquiera que pueda ejercerlo alguien de derechas! Cuando San Juan dice que se es o intelectual o de derechas, se queda a tan sólo un paso de agregar que el solo hecho de ser de izquierdas ya confiere virtudes intelectuales, además de las morales. Eso, por otra parte, explica la patulea que sale motejada de intelectual en la abajofirmancia profesional. Para el actor, al cabo, la izquierda nunca es poder, sino que resulta la propietaria de una actitud resistente vinculada, más que al trabajo mental, al prestigio intelectual. No me queda espacio para explicarle que basta evocar a Curzio Malaparte, a los fascismos que anhelaron vivir peligrosamente, para constatar que ni siquiera la revolución es patrimonio exclusivo de la izquierda.
David Gistau / El Mundo
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