Me dijeron que el curso más difícil de periodismo era
COU. Y me hacía gracia. Me lo dijeron periodistas en ejercicio y recién
licenciados que, en prácticas, recordaban así la carrera que habían cursado en
el búnker de la Complutense. Pese a todo, o por eso mismo, lo comprobé.
Nunca he sido un esforzado, sí un
estajanovista. Es decir, que si decido algo, insisto, le doy al clavo, y no
desfallezco. Pero solo si lo decido yo, no vale que me lo decidan. Y como desde
7º de EGB quería ser periodista, y para eso bastaba con matricularse en una
licenciatura afamada como sencillita, lo preferí a mis otras vocaciones:
políticas, derecho y tal. Nada útil, ya se ve…
Recuerdo todo esto porque ahora
no consigo fijar bien si fue en las clases de Redacción Periodística I, de
Redacción Periodística II o de Redacción Periodística III donde nunca me
dijeron que las palabras que escogieras determinaban tu texto. Y a ti mismo con
él. Así de precisos en el enseñar eran muchos de los que, cansinamente,
hablaban hora y media en las aulas de hormigón de la avenida complutense.
Ya entonces había despachos
alojando personajes de nómina asegurada que aseguraban haber sido plumillas
décadas atrás. En aquella España, tampoco tan lejana, los periodistas
envejecían delante de su Olivetti de la redacción. Los que la dejaban no era
para hacerse viejos, sino indolentes, perezosos, contadores de batallitas nunca
verificadas.
Así, en las heladas aunque
atestadas clases de aquella cárcel de hormigón en Ciudad Universitaria me
encontré con profesores cuya única acreditación para poder ser así llamados era
el título que decían ostentar. Porque, como a mí en ningún trabajo, a ellos
jamás les pedimos que nos demostrasen que tenían un diploma, que no eran unos
roldanes de la cátedra. ¿Puedo reprocharles algo, pues?
Llevo unos años en esto, y he
publicado a mis 37 no sé si más o menos que ellos a sus 60 y tantos. Solo
espero haber desmentido las dudas sobre mi pericia algo más que las que me
dejaron varios de los que supuestamente me instruyeron.
¿Te instruyeron? Sí, lo hicieron.
En el arte de aparentar.
No pretendo descalificar a todos
los que allí se subían a la tarima micrófono en mano. No. Algunos, aparte de
hablar, decían. Y una de ellas es hoy mi amiga en la redacción de El Mundo. Curiosamente, la
única profesora que me sorprendió con deberes exigentes. Y eso que no era la
titular, solo una mera asistente.
Claro. Quizá eso explique su
pasión de entonces y de ahora… contra el viento y la marea de los despachos,
hoy ocupados por quienes dejaron la redacción para hacerse más ricos que
viejos, pero igual de perniciosos para este oficio, igual de vagos.
Estos días, perdón, estos años
nuestra profesión sufre una grave agresión. Sabiendo el qué, y tras los
antecedentes, pasemos al quién:
Malbaratando a sus artesanos, las
empresas no aprecian el producto final que ofrecen al consumidor. Apelan a la
economía, a la crisis, y estas en verdad son el mal diagnóstico de otra
enfermedad que sirve para enmascarar a quienes, agarrados al tablón, solo se
dejan llevar por la corriente porque la deriva de sus años y sus reconocidas
firmas los llevará a buen puerto mal que se hunda el barco. Sus corbatas de
gañote vergonzante ejercen de antifaz cuando toca, para no ver lo que pasa. Lo
que saben que pasa. Lo que no quieren ver.
Alberto D. Prieto
Jot Down Spain
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