Peor fue cuando, por un buen puñado de dólares y para
mitigar el estado de su cuenta bancaria —sacaba fajo de billetes de cien y su
séquito se los pulía en media hora cada noche— decidió aceptar el desafío de Óscar De la Hoya,
diez años menor que él. En sus dos enfrentamientos ante ‘El chico de oro’,
Julio recibió un castigo severo, brutal, al que jamás debió haberse expuesto.
Chávez, inalcanzable para De la hoya en su mejor versión, acabó ensangrentado,
herido y humillado ante un rival más rápido, más joven y más hambriento de
gloria que él. Julio estaba en su cuesta abajo, pero ni siquiera era
consciente. ‘Incluso una semana antes de los combates, estaba enganchado a
la cocaína. Creía que me ayudaba, pero me arruinaba, me quitaba lo mejor de mis
condiciones’. Así, en inferioridad, con 38 años, Chávez se resistía a
abandonar los cuadriláteros a pesar de los consejos de su círculo más íntimo [‘Le
pedíamos que lo dejara porque ya no era él mismo, ya no era ese guerrero pero
cuando estás tan arriba y te ha costado tanto sacrificio llegar ¿quién es tan
valiente como para dejarlo?]
Con las costillas destrozadas, el hígado tocado y varias
lesiones en los puños, Julio prolongó su vida en el ring hasta los 42 años. En
septiembre de 2005, el campeón de campeones, el mejor del mundo libra por
libra, afrontaba su realidad. En Phoenix, Arizona, se veía obligado a retirarse
ante Grover Willey,
un ‘paquete’ al que, en los viejos tiempos, habría enviado a la habitación del
sueño en el primer asalto. Roto por dentro, arañado de frente y perfil por su
propia mano, adicto a la cocaína y con problemas financieros, el guerrero
mexicano lloraba, desconsolado, en los vestuarios. Se había roto la mano y no
podía continuar. Mientras su esquina le quitaba los guantes y su hijo trataba
de consolarle sin éxito, Julio se enfrentaba a sus demonios a pecho descubierto,
sentía todo el peso de la responsabilidad del héroe y el de la soledad de quien
es consciente de haber enterrado su propia leyenda. ‘La droga es una
enfermedad que progresa y cuando te quieres dar cuenta, te va ganando’.
Julio estaba perdiendo por KO. El boxeo se había ido y ahora el campeón tenía
que enfrentarse con algo peor que la muerte, su propia vida.
Rubén Uría / Jot Down
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