En esto de las comparaciones es
muy curioso observar la influencia de los autores extraños sobre el señor
Valle-Inclán, sin que esto sea negar que hayan influido de otros varios modos.
La prosa clásica idolatrada ha sido poco amiga de esas asimilaciones, de esos
acercamientos concisos y rápidos, y fiel a la tradición romana, ha preferido
ciertas comparaciones casi alegóricas. Se recorren páginas y páginas de los
Escudero Marcos, de los Guzmán de Alfarache, libros eriales de nuestra
literatura, sin que sea posible cortar la flor de una imagen. Por otra parte,
la comparación genuinamente castellana, la que tiene abolengo en los clásicos y
que aun perdura en los escritores nuestros del siglo pasado, es una comparación
integral de toda la idea primera que se casa con toda otra idea segunda.
La razón de esa ingenuidad no
osaré decirla, porque aun suena mal a muchos oídos que se diga: las
comparaciones castellanas son integrales, porque nuestra literatura, y más aún
nuestra lengua, han sido principalmente oratorias, retóricas. Como esto desagrada
un poco y no es piadoso desagradar a conciencia, no he de decirlo.
Pues bien; el señor Valle-Inclán
cuaja sus párrafos de semejanzas y emplea casi exclusivamente imágenes
unilaterales, es decir, imágenes que nacen, no de toda la idea, sino de uno de
sus lados o aristas. De un molinero que adelanta por un zaguán se lee que es “alegre
y picaresco como un libro de antiguos decires”; del seno de Beatriz, que “es de
blancura eucarística”; y en otro lugar: “Largos y penetrantes alaridos llegaban
al salón desde el fondo misterioso del palacio: agitaban la oscuridad,
palpitaban en el silencio como las alas del murciélago Lucifer…” Esta faena de
unir ideas muy distantes por un hilo tenue, no la ha aprendido de juro el señor
Valle-Inclán en los escritores castellanos: es arte extranjero, y en nuestra
tierra son raros quienes tuvieron tales inspiraciones.
En ese estilo precioso que se
repite con cierta dulce monotonía, que desprende un vaho de cosas sugeridas,
presenta sus personajes y dibuja sus escenas el autor de estas Memorias
Amables.
¡Los personajes!...Después de lo
que al comenzar he dicho, fácil es suponerlos…Hombres galantes, altivos, audaces,
que derrumban corazones y doncelleces, que pelean y desdeñan, amigos de
considerar los sucesos de sus vidas con cierta fácil filosofía petulante… Villanos
humildes, aduladores, de rostro castizo y hablar antiguo…Clérigos y frailes
campanudos y mujeriegos: toda una galería de hombres de aventura, tomados en
una tercera parte de sus fisionomías de conocimientos del autor, y en as otras
dos de los cronistas de Indias, de las Memorias de Casanova y Benvenuto y de
las novelas picarescas. Las mujeres suelen ser o rubias, débiles, asustadizas,
supersticiosas y sin voluntad, que se entreguen absorbidas por la fortaleza y
gallardía de un hombre, o damas del “Renacimiento”, de magnífica hermosura,
ardientes y sin escrúpulos.
José Ortega y Gasset
La
lectura, febrero de 1904
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