Tal es el autor de las Memorias
del Marqués de Bradomín.
Estilista original y al mismo
tiempo adorador de la lengua patria, adorador hasta el fetichismo; inventor de
las ficciones novelescas con más raíces en una humanidad histórica que en la
actual. Enemigo de toda transcendencia, nudo arista y trabajado creador de
nuevas asociaciones de palabras. Y estos rasgos pronunciados hasta la
exageración, hasta el amaneramiento. Por eso, como todo carácter excesivamente
marcado y exclusivo, como todo intenso cultivador de un pequeño jardín,
Valle-Inclán tiene muchos imitadores. Algunos han confundido o asemejado su arte
con el de Rubén Darío. Y entre ambos y los simbolistas franceses han ayudado a
escribir a un número considerable de poetas y prosadores que hablan casi lo mismo
unos que otros y en una lengua retorcida, pobre e inaguantable. Y ese trabajo,
de ardiente pelear con las palabras castellanas para realzar las gastadas y
pulir las toscas y animar las inexpresivas, ha resultado en lugar de utilísimo,
perjudicial.
Si el señor Valle-Inclán
agrandara sus cuadros ganaría el estilo en sobriedad, perdería ese enfermismo
imaginario y musical, ese preciosismo que a veces empalaga, pero casi siempre
embelesa. Hoy es un escritor personalísimo e interesante; entonces sería un gran
escritor, un maestro de escritores. Pero hasta ese entonces, ¡por Baco!,
seguirle es pecaminoso y nocivo.
Confieso, por mi parte, aunque
esta confesión carezca de todo interés, que es de nuestros autores
contemporáneos uno de los que leo con más encanto y con mayor atención. Creo
que enseña mejor que otro alguno, ciertas sabidurías de química fraseológica.
¡Pero cuánto me regocijaré el día que abra un libro nuevo del señor Valle-Inclán
sin tropezar con “princesas rubias que hilan en ruecas de cristal”, ni ladrones
gloriosos, ni inútiles incestos! Cuando haya concluido la lectura de ese libro
probable y dando placentero sobre él unas palmaditas, exclamaré: “He aquí que
don Ramón del Valle-Inclán se deja de bernardinas y nos cuenta cosas humanas,
harto humanas en su estilo noble de escritor bien nacido”.
José Ortega y Gasset
La
lectura, febrero de 1904
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