domingo, 5 de agosto de 2012

0 La sonata de estío, de Don Ramón del Valle-Inclán (y VIII)


Tal es el autor de las Memorias del Marqués de Bradomín.
Estilista original y al mismo tiempo adorador de la lengua patria, adorador hasta el fetichismo; inventor de las ficciones novelescas con más raíces en una humanidad histórica que en la actual. Enemigo de toda transcendencia, nudo arista y trabajado creador de nuevas asociaciones de palabras. Y estos rasgos pronunciados hasta la exageración, hasta el amaneramiento. Por eso, como todo carácter excesivamente marcado y exclusivo, como todo intenso cultivador de un pequeño jardín, Valle-Inclán tiene muchos imitadores. Algunos han confundido o asemejado su arte con el de Rubén Darío. Y entre ambos y los simbolistas franceses han ayudado a escribir a un número considerable de poetas y prosadores que hablan casi lo mismo unos que otros y en una lengua retorcida, pobre e inaguantable. Y ese trabajo, de ardiente pelear con las palabras castellanas para realzar las gastadas y pulir las toscas y animar las inexpresivas, ha resultado en lugar de utilísimo, perjudicial.
Si el señor Valle-Inclán agrandara sus cuadros ganaría el estilo en sobriedad, perdería ese enfermismo imaginario y musical, ese preciosismo que a veces empalaga, pero casi siempre embelesa. Hoy es un escritor personalísimo e interesante; entonces sería un gran escritor, un maestro de escritores. Pero hasta ese entonces, ¡por Baco!, seguirle es pecaminoso y nocivo.
Confieso, por mi parte, aunque esta confesión carezca de todo interés, que es de nuestros autores contemporáneos uno de los que leo con más encanto y con mayor atención. Creo que enseña mejor que otro alguno, ciertas sabidurías de química fraseológica. ¡Pero cuánto me regocijaré el día que abra un libro nuevo del señor Valle-Inclán sin tropezar con “princesas rubias que hilan en ruecas de cristal”, ni ladrones gloriosos, ni inútiles incestos! Cuando haya concluido la lectura de ese libro probable y dando placentero sobre él unas palmaditas, exclamaré: “He aquí que don Ramón del Valle-Inclán se deja de bernardinas y nos cuenta cosas humanas, harto humanas en su estilo noble de escritor bien nacido”.

José Ortega y Gasset
La lectura, febrero de 1904

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