sábado, 4 de agosto de 2012

0 La sonata de estío, de Don Ramón del Valle-Inclán (VII)


Tales son las figuras: entre ellas las hay inolvidables, soberbiamente acuñadas. Aquel don Juan Manuel tío de Bradomín y señor del Pazo de Lantañón, es un último señor feudal que se queda prendido por siempre en la memoria del lector.
No hay ningún ser vulgar en estas novelas y en estos cuentos; todos son atroces: o atrozmente sencillos o atrozmente voluntarios. Ese hombre-medio de la literatura naturalista y democrática no podía encajar con sus pequeños deseos y su parda vida entre vistosos y pintorescos caracteres.
Lo pintoresco: he ahí la fuerza principal de las páginas que glosamos. Valle-Inclán corre desalado a la caza de lo pintoresco en sus composiciones. Es el eje de su producción: me dicen que también lo es de su vida, y yo lo creo.
Para poder atrapar esa postura graciosa y amena de las cosas y de las personas hace falta haber vivido bastante, haber huroneado en muchos rincones y -¿quién sabe?- tal vez haber tenido poco amor al hogar y haber dado muchos bandazos por esos curiosísimos mundos. Yo pienso en ocasiones por qué causa lo pintoresco estará desterrado de la literatura diplomática. Pienso esto cuando leo los libros fríos y correctos de algunos escritores nuevos del Ministerio de Estado que alienta y ampara el alma de don Juan Valera, ese Dios-Pan sonriente y ciego que perdura en el yermo jardín de nuestras bellas letras como la estatua blanca y rota de una deidad gentílica.
Para lograr eso, que es como un anecdotismo de rasgos más que de frases, hace falta haber vivido, como para ungir de emoción a las palabras hace falta haber sufrido. Sé de un amigo mío que era mozo, feliz y literato, y pensaba esto que yo ahora pienso: sabía que cultivar su espíritu para el arte no era sólo leer y anotar; que era preciso el Dolor que nos hace tan humanos. Y yo veía a aquel ingenuo muchacho correr tras el Dolor de un modo insensato, y el Dolor esquivarle de un modo desesperante. ¿No es curiosa esta nueva manera de Don Quijote?
Perdónese la escapada a recuerdos personales. He asociado la memoria de un amigo mío que quería, como Dickens, emocionar, con Don Ramón del Valle-Inclán, que no emociona ni quiere. Sólo en Malpocado, unas cuantas líneas definitivas conmueven al lector. El resto de la obra es inhumanamente seco de lágrimas. Compone de suerte que no hay en ella nada de fresco sentimentalismo, ninguna página libre a una inspiración de última hora. El artista oculta celosamente las amarguras y las desgracias del hombre: hay un exceso de arte en ese escritor. Llega a desagradar como un señor que no se descuida nunca en el abandono de la pasión, del cansancio o del hastío.

José Ortega y Gasset
La lectura, febrero de 1904

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