Generalmente, se acaba por elegir al ex ministro, y el escultor, que ya suele tener preparados cuerpos para ex ministros, para filántropos y para generales, no hace más que preparar la cabeza y enchufarla. En una ciudad, cuyo nombre no importa, el poeta local fue desechado porque era tuerto, y se le sustituyó con un abogado.
-¡Un tuerto!- decía el escultor-. Si me dieran ustedes un ciego, les haría una obra magnífica; pero, ¡por Dios!, no me den ustedes un tuerto.
-Es que es el único hombre de algún mérito que tenemos por aquí. El único digno de una estatua.
El escultor fue irreductible:
-¿Cómo va a ser digno de una estatua un tuerto?¿Cómo va un tuerto a tener mérito?
Los que no somos tuertos no debemos desconfiar todavía de llegar a tener nuestra estatua; pero, para adquirir una personalidad algo estatuaria, debemos dejarnos crecer la barba y vestir siempre de levita.
Julio Camba
Grandes hombres
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