“La niña Chole tenía esas bellas
actitudes de ídolo, esa quietud estática y sagrada de la raza maya, raza tan
antigua, tan noble, tan misteriosa, que parece haber emigrado del fondo de la
Asiria…” Y cuando decide Bradomín viajar hacia México: “Yo sentía levantarse en
mi alma, como un encanto homérico, la tradición aventurera y noble de todo mi
linaje. Uno de mis antepasados, Gonzalo de Sandoval, había fundado en aquellas
tierras el reino de Nueva Galicia; otro había sido inquisidor general, y
todavía el marqués de Bradomím conservaba allí los restos de un mayorazgo,
deshecho entre legajos de un pleito…””Cautiva el alma de religiosa emoción,
contemplé la abrasada playa donde desembarcaron, antes que pueblo alguno de la
vieja Europa, los aventureros españoles hijos de Alarico el Bárbaro y de Tarik
el Moro”. Son estos párrafos de decadentismo clasicista, perlas prodigiosamente
contrahechas.
Páginas hay en Sonata de estío
que habrán costado a su autor más de una semana de bregar con las palabras y
darles mil vueltas. Ha trabajado mucho, sin duda, para conocer el procedimiento
de composición que da la mayor intensidad y fuerza de representación a los
adjetivos. Valle-Inclán los ama sincera y profundamente; por algunos muestra un
verdadero culto y los maneja con sensualidad, colocándolos unas veces antes y
otras después del sustantivo, no por mero querer, sino porque en aquella
postura, y no en otra, rinden toda su capacidad expresiva y aparecen en todo su
relieve: los baraja, los multiplica y los acaricia. “El capitán de los
plateados tenía el gesto dominador y galán…” En Beatriz se lee: “La mano
atenazada y flaca del capellán levantó el blasonado cortinón…” “Beatriz suspiró
sin abrir los ojos. Sus manos quedaron sobre la colcha: eran pálidas, blancas,
ideales y transparentes a la luz”. Y en Sonata de otoño: “Se exhalaba del fondo
del armario una fragancia delicada y antigua”. ¡Bella frase empolvada que
parece salir revolando de entre los bucles de una peluca blanca!...
Este placer de unir palabras
nuevamente o de una nueva guisa, es el elemento último y el dominante: de aquí
que con frecuencia se amanere su estilo; pero, también de aquí, nace una
renovación del léxico castellano y una valoración precisa de los vocablos.
Incuba las imágenes tenazmente
para hacerlas novísimas: “La luna derramaba su luz lejana e ideal como un
milagro”. En otra ocasión habla de las conchas prendidas en la esclavina de un
peregrino “que tienen la pátina de las oraciones antiguas”, y de un “dorado
rayo del ocaso que atraviesa el follaje triunfante, luminoso y ardiente como la
lanza de un arcángel”.
José Ortega y Gasset
La
lectura, febrero de 1904
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