Acabo de un trago la biografía de Jobs y me encuentro en la portada de EL MUNDO a otro visionario, Michael O'Leary, consejero delegado de Ryanair. Uno que alumbró un mundo de belleza y otro que hizo algo insólito: trasladar el infierno a lo más alto del cielo, en lo que constituye el reto definitivo para un teólogo. Si Jobs consiguió que un niño analfabeto de una cañada africana supiese manejar un iPhone a los pocos segundos por pura intuición, O'Leary ha logrado que un catedrático baje de sus aviones sin recordar nada de lo hecho en su vida anterior y esforzándose en volver a aprender a andar tras pasar una hora y media con las rodillas clavadas in the guanter.
Ahora Fomento investiga a Ryanair por volar por debajo del mínimo de combustible. De todas sus cicaterías, la de tratar de volar sin gasolina podría llegar a ser épica, pero parece que Ryanair ha decidido que por intentarlo que no quede. Cierto es que ya se estaba bordeando la desesperación. En mi último vuelo llegué naturalmente sin dormir a Barajas, medio borracho y sin tarjeta de embarque, pues de otra manera hubiera parecido un funerario. Me hicieron el favor de sacar un trozo de papel por el que cobrarme 60 euros, más por tanto de lo que me hubiera costado el vuelo si hubiese encontrado un vuelo barato, porque finalmente pagué por Madrid-Santiago más de lo que me costó el Fráncfort-Addis Abeba en Lufthansa. Entré en el avión a la carrera y me concentré en no dormir, pues es conocido que, si te duermes, una voz chillona directamente exportada de Guantánamo te despertará a los dos segundos para venderte lo primero que se le pase por la cabeza, así sea una nube. El objetivo no es hacer caja, sino que nadie descanse para que en medio del vuelo, hartos, confesemos un crimen.
Todas esas parrafadas ofertando revistas, colonias y perritos calientes llegan a su éxtasis cuando uno se convence de que no podrá conciliar el sueño en lo que le queda de vida; entonces una chica coge el micrófono y dice, agotada: «Este es el momento que todos ustedes estaban esperando». Y en lugar de decir que nos vamos a estrellar, que es lo que está pidiendo el pasaje a gritos, anuncia cantarina: «Comienza la venta de cartones de bingo», que ya hay que ser optimista para pensar que ninguno de esos que se hacen los dormidos te están deseando la muerte en secreto.
Ryanair, efectivamente, es un retroceso de tal magnitud que no le extrañe a usted salir a veranear a La Concha y terminar aterrizando en un pueblo de secano. Por eso lo raro no es que se hubiese decretado el estado de alarma cuando no pudieron salir los aviones, sino que no se decrete cada vez que despega uno.
Manuel Jabois/El Mundo
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