El Instituto Cervantes acoge este martes en su sede madrileña la presentación de las Cartas íntimas desde el exilio de Dionisio Ridruejo, publicadas por la Fundación Banco Santander y que apadrinan Víctor García de la Concha, Borja Baselga -director de Fundación Banco Santander-, Santos Juliá, Álvaro Pombo y los antólogos Jordi Gracia y Jordi Amat. Un acontecimiento que mezcla historias olvidadas, detalles íntimos, confidencias y mucha soledad, en la línea de aquellos versos en los que hablaba de cómo “el tiempo de mi esperanza/ es como tiempo pasado”.
Falangista de primera hora y combatiente en la División Azul, Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, 1912-Madrid, 1975) no tardó mucho en descreer del franquismo, y fue implacable con el régimen y consigo mismo. Tras la terrible experiencia y el desengaño, escribió, avergonzado: “Conviví, toleré, di mi aprobación indirecta al terror con mi silencio público”.
Pero Ridruejo hizo mucho más: en 1962 participó en lo que se dió en llamar el Contubernio de Munich, una reunión de fuerzas antifranquistas que se plantaron frente al régimen y exigieron libertad. Después, el poeta no se atrevió a volver. Sabía que le esperaba la cárcel o el destierro, y se refugió en París dos años, entre 1962 a 1964. Desde allí escribió una treintena de cartas íntimas, que ahora ven la luz, así como artículos y entrevistas que RBA publica al tiempo, en Ecos de Munich, para completar el retrato de unos años turbulentos.
Según los antólogos de las cartas inéditas, Jordi Gracia y Jordi Amat, la mayoría de las 30 misivas que han reunido en este volumen “se escriben desde París: la primera es del día 14 de junio de 1962 y la última está redactada el 22 de abril de 1964, al día siguiente de su regreso a Madrid. Había pasado las primeras horas escondido, al parecer, en casa nada menos que de su viejo jefe de la División Azul, y en ese momento vicepresidente del Gobierno, Agustín Muñoz Grandes. Obviamente, ni es un conspirador típico ni es un exiliado normal ni la rectificación de su pasado fascista es fácil de trazar en dos prontos”.
Desde allí escribía a su mujer, Gloria del Río, “sin público y sin cálculo político”, impelido por la “necesidad de contarle su vida”, o de saber de los estudios de su hijo.... Era, explican J. Gracia y J. Amart, la “crónica íntima de una aventura imprevista que empieza como empiezan las aventuras: tan accidentadamente que tanto él como sus acompañantes estuvieron a punto de no llegar ni siquiera a Múnich”, y que estuvo repleta de desencuentros y soledades.
Las cartas -explican los editores- “se van convirtiendo inevitablemente en el sismógrafo de la añoranza, de la preocupación por sus hijos y el estado de ánimo de Gloria, ya azacaneado y muy alicaído tiempo antes del exilio de Ridruejo. En las cuartillas garabatea con letra a veces indescifrable su día a día y descubre el territorio solitario en el que la lucha política se transmuta en responsabilidad personal, un espacio en el que tramar encuentros posibles y retomar la charla siempre pendiente sobre las motivaciones de un proyecto de vida arriesgada”.
Así, en la primera carta, escrita el 14 de junio de 1962, confiesa que “Lo que se ha hecho es lo único que puede dar confianza a la gente sobre el porvenir y yo no cejaré hasta llevar las cosas a sus mejores consecuencias. Esta es la razón por la que no me apresuro a volver ni a aceptar la residencia en Fuerteventura -que es una isla dura pero preciosa- o en Carabanchel. Tengo mejores cosas que hacer por el momento. Cuando estas cosas estén hechas, volveré a España seguramente y que ellos tomen la responsabilidad. Pero por debajo de todo esto me preocupo mucho por ti. No me atrevo a pensar sobre tu estado de ánimo. ¿Te vas a sentir desamparada?”.
En la segunda (mucho más practica), le recomienda “usar la totalidad del dinero que quedó en el sobre 1°. Lo del otro dinero no lo sueltes entre tanto no te lo pidan. Si los amigos te ofrecen ayuda, acéptala sin reparos. Sin embargo, escribo a varias personas [...] para ver de poner en orden las cosas que teníamos entre manos y para que se encarguen de todo sin que tengas que preocuparte. Como tampoco me sería imposible ayudarte desde aquí, dime lo antes posible cómo están las cosas”. A lo largo del volumen sus desvelos se multiplican: se angustia por los estudios de sus hijos tanto como llega a recriminar a su esposa que intente disculparle ante el régimen.
Sólo el 19 de marzo de 1964, en la última de las cartas del volumen puede escribir a su esposa:
“Querida:
Me he ido retrasando por el deseo de comunicarte noticias precisas. Estas no lo son aún ni pueden serlo hasta el momento justo. En principio los amigos que deberían visitarte por la Pascua se retrasarán algo porque tienen proyectos turísticos más complicados. Te confirmo, por lo tanto, que dispongas de tus vacaciones sin ningún cuidado. [...] Desde mi vuelta -llegué hace una semana- no he parado. He estado en la habitación horas contadas con todo el sueño del día por dormir. Por eso no he podido sentarme a la mesa incluso para decirte «hola» en espera de concretar las cosas. Tengo un inmenso deseo de abrazaros. Besos.
Dionisio!
Finalmente, el poeta regresó en 1964: 10 años después fundó la Unión Social Demócrata España, pero la España del posfranquismo y la transición, tan desmemoriada, le dio la espalda. Murió en el 29 de junio de 1975, y la recuperación de su palabra se hizo esperar, aunque ahora existan al menos tres recopilaciones de sus epistolarios, varias biografías y algunos volúmenes de artículos y reflexiones.
El cultural, 25/06/2012
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