lunes, 6 de agosto de 2012

0 Cuando el rayo encontró al relámpago (IV)



Peor fue cuando, por un buen puñado de dólares y para mitigar el estado de su cuenta bancaria —sacaba fajo de billetes de cien y su séquito se los pulía en media hora cada noche— decidió aceptar el desafío de Óscar De la Hoya, diez años menor que él. En sus dos enfrentamientos ante ‘El chico de oro’, Julio recibió un castigo severo, brutal, al que jamás debió haberse expuesto. Chávez, inalcanzable para De la hoya en su mejor versión, acabó ensangrentado, herido y humillado ante un rival más rápido, más joven y más hambriento de gloria que él. Julio estaba en su cuesta abajo, pero ni siquiera era consciente. ‘Incluso una semana antes de los combates, estaba enganchado a la cocaína. Creía que me ayudaba, pero me arruinaba, me quitaba lo mejor de mis condiciones’. Así, en inferioridad, con 38 años, Chávez se resistía a abandonar los cuadriláteros a pesar de los consejos de su círculo más íntimo [‘Le pedíamos que lo dejara porque ya no era él mismo, ya no era ese guerrero pero cuando estás tan arriba y te ha costado tanto sacrificio llegar ¿quién es tan valiente como para dejarlo?]
Con las costillas destrozadas, el hígado tocado y varias lesiones en los puños, Julio prolongó su vida en el ring hasta los 42 años. En septiembre de 2005, el campeón de campeones, el mejor del mundo libra por libra, afrontaba su realidad. En Phoenix, Arizona, se veía obligado a retirarse ante Grover Willey, un ‘paquete’ al que, en los viejos tiempos, habría enviado a la habitación del sueño en el primer asalto. Roto por dentro, arañado de frente y perfil por su propia mano, adicto a la cocaína y con problemas financieros, el guerrero mexicano lloraba, desconsolado, en los vestuarios. Se había roto la mano y no podía continuar. Mientras su esquina le quitaba los guantes y su hijo trataba de consolarle sin éxito, Julio se enfrentaba a sus demonios a pecho descubierto, sentía todo el peso de la responsabilidad del héroe y el de la soledad de quien es consciente de haber enterrado su propia leyenda. ‘La droga es una enfermedad que progresa y cuando te quieres dar cuenta, te va ganando’. Julio estaba perdiendo por KO. El boxeo se había ido y ahora el campeón tenía que enfrentarse con algo peor que la muerte, su propia vida.

Rubén Uría / Jot Down

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