jueves, 2 de agosto de 2012

0 Kim Un-Guk


Kim Un-Guk es un levantador de pesas norcoreano que ganó la medalla de oro en la categoría de 62 kilos. Quiere decirse que levantó no 62 kilos, que eso no tiene mérito salvo que sean del pene propio (como Sinatra, del que decía Ava Gardner que levantaba 47) sino que él dio en báscula 62 kilos y luego le dio por ponerse encima de la cabeza 174, o sea Sinatras suficientes para secuenciar 'ad infinitum' el Rat Pack.
La imagen de ese Kim Un-Guk sólo encontró réplica en la plata de Óscar Figueroa, al que llaman pesista en Colombia, confirmando la altura intelectual de un pueblo en el que se estaba pirateando a García Márquez cuando en España buscábamos copias de Viaje de pirados. Figueroa tuvo dos intentos fallidos y un poco patéticos, con ese cuerpo desmadejado y la cara atónita que se le queda a uno cuando baila con su novia gordita, la deja caer en sus brazos y no es capaz de levantarla, que a veces, viendo ella y toda la pista cómo tensas los músculos y rompes a sudar para devolverla lentamente a su posición, casi es mejor soltarla y echar a correr; Figueroa, decía, lloró entre el segundo y el tercer intento, con su cabeza hermosa y bruna entre las manos, y se dirigió a su baza final cansado, llorado y derrotado, que es como hay que salir de casa. Por supuesto triunfó.
La halterofilia es de esa clase de deportes aristocráticos por los que los Juegos son los Juegos y no el Mundial de Baloncesto o los Europeos de Natación. Tiene un ritual mágico que se produce cuando el deportista se acerca a un recipiente en el que llena las manos de polvo de magnesio pero que el espectador novato interpreta como harina. Y cuando parece que el joven se dirige a la pista para hacer una barra de pan, levanta de un suspiro 150 kilos. Estos levantadores me dan a mí la impresión de ser panaderos frustrados que con la impotencia de no hacer un cruasán a derechas se dedican a levantar todo lo que ven delante, como Hulk. Hay algo profundamente antipoético en la disciplina básica en que consiste la cosa y la milimétrica técnica, casi invisible, que exige. Deportes primitivos son los que hacen falta y no tanto tiquitaca gafapastero; gana el que más pueda, el que antes llegue y el que salte más arriba. Como definió de un plumazo un amigo los 100 metros lisos: negros con prisa.
Con la halterofilia y la maratón, aún vigentes, o el tiro al ciervo y el balonmano sobre hierba, desaparecidos a finales de los 50, uno tiene verdadera sensación de que algo trascendental pasa cada cuatro años, más allá de recibir un mate de Lebron James. Con su butarga roja y sus rodilleras, comprimido como un pequeño click, Kim Un-Guk se exhibió al mundo y de paso dio gloria a un país hechizado que esta vez se quedó sin la afición portátil de la que gozó en Pekín, cuando el Gobierno repartió chándales a los chinos. Habrá ingleses que necesiten dinero, pero no con tanta urgencia como para sacrificar el monóculo.
Kim Un-Guk pudo con todos y tras ganar explotó en una euforia muy poco norcoreana, por lo que su entrenador lo detuvo con una mano férrea, no se le fuera a atragantar el asado al Queridito Líder. Sospecho yo que la alegría del atleta no se producía por ganar el oro, al fin y al cabo eso lo va a derretir el emperador para hacerse un anillo, sino por haber evitado la tortura que le tenían preparado en casa; en su caso, levantar en envión, o sea a dos tiempos, al tremendo zampabollos de su presidente.
Manuel Jabois / El Mundo

0 comentarios:

Publicar un comentario

 

No queda sino batirse Copyright © 2011 - |- Template created by O Pregador - |- Powered by Blogger Templates