martes, 3 de enero de 2012

0 La vuelta de la esquina, Eugenio Suárez (y II)

Mi calle es céntrica y de paso. Tiene horas febriles, días congestionados y jornadas de calma, sosiego estival y la frecuente catalepsia de los reiterados puentes laborales. Se ausentan casi todos los vecinos, a quienes apenas conozco, y la soledad se hace más tupida. Desde aquí arriba, desde estos dos balcones, escucho el rumor marino de la circulación rodada. Los semáforos sincronizados detienen el tráfico en las dos vecinas glorietas y el silencio deslumbra como la cola de un cometa. Adivino el momento en que pasan al verde y los pocos automóviles avanzan como la ola fuerte y rompiente que empapa rumorosa mis pies. Así, golpe tras golpe de mar motorizado.
Los viernes, milagro; algarabía nocturna. Además de las bielas tengo fundida la curiosidad por qué aledaños se meten los miles de personas que dejan una cenefa de automóviles sobre el diurno carril bus. Algún remoto grito de beodos y, con sincronía de rebaño, el éxodo casi al apuntar el alba, con la incomprensible urgencia de los claxones tras haber despilfarrado la noche. Es otra ciudad de recambio, que se despereza al filo de la media noche y pasa desapercibida con la luz del día.
Me siento unido y padezco los casi irrevocables vínculos canónicos con la televisión, de la que me aparto disgustado para volver al precario armisticio, hasta que la muerte nos separe. Quizás miro viejas fotos que van derivando al sepia o releo algún yerto mensaje de amor que nunca llegó a su destino, el borrador de aquel ambicioso proyecto, tampoco nacido. A veces se echa de menos una vieja compañera que sea memoria, testigo, reproche de otras épocas.
Solo en casa. Como ese 14% de los viejos que proclaman las indecentes estadísticas y propaga la televisión, mi actual compañera sentimental.
Eugenio Suárez
El País/22.11.1993

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