sábado, 21 de enero de 2012

0 Antes y ahora, Gregorio Salvador (II)

Eso es lo nuevo: el desenfado con que se exhibe la intimidad, la espontaneidad con que las parejas demuestran físicamente su amor o su deseo, con besos y caricias, en cualquier lugar y ante cualquier presencia. No han descubierto nada que otras generaciones no supieran, pero no lo celan ni lo ocultan, en cierto modo lo pregonan. Se suele distinguir ya entre intimidad y privacidad, que eran antes la misma cosa. La intimidad ha sido esencialmente privada hasta hace poco, pero ahora hay mucha gente dispuesta a mostrarla en cualquier escaparate que se le ofrezca. Se ha levantado el telón y sólo se echa sobre lo que conviene, sobre aquello que pueda perjudicarlo a uno o que, reservándoselo, se pueda vender a buen precio. Hasta ahí no más llega la privacidad; de la intimidad se hace ostentación, cuando no almoneda. Usos y costumbres que cambian con los tiempos, que varían según los lugares: nada de que asombrarse.
Pero es obvio que, por lo general, el recato ha dominado sobre casi todo lo que tiene que ver de un modo u otro con la fisiología, con las funciones corporales, sean del tipo que sean. Recuerdo todavía, al amanecer, saliendo de Nueva Delhi hacia Agra para visitar el Taj Mahal, y el espectáculo de cientos de personas acuclilladas, llevando a cabo sus evacuaciones matutinas a un lado y otro de la carretera con absoluto impudor: de frente unas, para entretener sus esfuerzos con la contemplación de los coches que pasaban, de espaldas otras, desdeñosas del mundo circulante que tenían detrás.
Gregorio Salvador
ABC/08.04.2000

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