sábado, 21 de enero de 2012

0 Un oso en las garras de La Mafia (IV)

La respuesta es Cassius Marcellus Clay. Un peso pesado negro de talento, con buen juego de piernas, instalado en la elite de los pesados gracias al mecenazgo de un puñado de millonarios blancos. Joven, musculado, rápido y lenguaraz, Clay entra en escena. Es un regalo llovido del cielo para la prensa. Es una suerte de hidroavión que, lleno de palabras, amenazas e ingeniosas rimas, se atreve a rociar el fuego abrasador de Liston. Las casas de apuestas encuentran un filón, una novedad: la cuestión era jugarse el dinero para acertar en qué asalto caería Clay o, en su defecto, averiguar a qué hospital acudiría Cassius después de la previsible manta de golpes que iba a soportar. Clay ya había caído y su mandíbula no tenía la mejor de las famas para la crítica especializada. Henry Cooper, el campeón de Inglaterra, había demostrado que un buen gancho de izquierda era suficiente para ponerle patas arriba. Si Cooper le había derribado, Liston podía enviarlo de vuelta a Louisville en una bolsa, pedacito a pedacito. Conocedor del lado oscuro de Liston, Clay debía ser un bailarín de claqué, un mosquito trompetero para revolotear lejos de Liston, un challenger precavido y que siempre mantuviera la distancia para no encajar una paliza a las primeras de cambio. El gran problema para la esquina de Clay reside en su propio boxeador. Lejos de amilanarse, Clay saca a pasear su lengua y destroza verbalmente a su rival. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Cassius muestra un abanico mediático que provoca la ira del campeón y estimula a los aficionados a hablar del combate sin parar.
Comediante o visionario, Clay se hace acreedor a su apodo de ‘Bocazas de Lousville’. Entiende que, para ganar la pelea dentro del ring, el primer paso es ganarse el respeto fuera del mismo y lograr que el rival pierda el suyo. Ignorando las advertencias de sus promotores, CC abandera una guerra psicológica sin precedentes. Si ve una cámara de televisión se tira de cabeza, si tiene cerca un micrófono de radio se pregunta a la vez que se responde y si un reportero no ha tomado buena nota de sus gases verbales, decide escribirlo él mismo de su puño y letra. Clay sabe que, en esa guerra psicológica, en el ring de los medios de comunicación, Liston no sabe protegerse. Haciendo bueno eso de que quien golpea primero pega dos veces, Cassius Clay se convence de queListon es un blanco fácil a la hora de pelear con la lengua en vez de con los puños. Acierta de pleno. Liston, semianalfabeto y con menos palabra que un telegrama, se siente fuera de su hábitat natural ante un rival que le provoca de manera constante y que no deja de atacarle de manera rabiosa en los periódicos. Sonny empieza a sentirse devorado, poco a poco, por la difusión del huracán mediático Cassius Clay. El ‘Loco de Louisville’ abre la caja de Pandora. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Todo Clay es un ‘show’ de circo. Una comedia con ínfulas de campeón que destroza, una y otra vez, el orgullo de Liston. Lo hace sin piedad. Con sarcasmo. Con una vehemencia propia de un loco. O de un cobarde.
Rubén Uría
JotDown Spain/Enero

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