Hay abundantes líneas de Pla dedicadas a la abrasadora luz mediterránea. Así que el viajero del mediodía está autorizado a dejar la playa y refugiarse en la iglesia de Palafrugell. Se trata de un áspero símbolo. En abril de 1936 Pla dejó Madrid y volvió a Cataluña. Aún no se sabe bien por qué. Es probable que tuviera informaciones sobre la inminencia de un golpe militar. Pero aun contando con su legendaria cobardía no parece esa huida la actitud natural de un periodista. Lo cierto es que regresó, y que un grupo de anarquistas de Barcelona fue a buscarlo en los primeros días del Alzamiento. «Para matarle por fascista», según le dijeron a Pere Pey, el jefe de la CNT local que les negó la pieza que buscaban y que incluso puso protección al escritor. En esos días bárbaros, con la vida colgando, Pla sufrió una imagen inolvidada. Forma parte del antológico artículo Retorno sentimental de un catalán a Gerona, publicado en La Vanguardia Española pocos días después de la entrada franquista en Barcelona.
«Aquí nacimos, aquí fuimos bautizados, aquí hemos vivido los años de adolescencia, aquí tenemos a nuestros antepasados soñando el sueño eterno. Aquí vimos, desde un pequeño monte de los alrededores del pueblo, arder las iglesias de otros siete pueblos. ¡Qué día! Fue el 19 de julio de 1936. Fue quizá el día de más emoción de nuestra vida. ¿Por qué quemaron estas iglesias? ¿Por qué incendiaron el altar mayor de Palafrugell, que está en todas las historias del arte como uno de los especímenes del arte barroco, churrigueresco, más brillantes y más típicos del mundo? El espectáculo de la destrucción inútil nos anonada, nos aplasta. ¿Por qué estos hombres han hecho esto? Siete pequeñas iglesias, pues, ardían el 19 de julio de 1936 y yo presencié el espectáculo de esta destrucción, impotente. Todas estas iglesias tenían a su lado unos minúsculos cementerios, con viejos y agudos cipreses sobre sus paredes doradas y antiguas».
Arcadi Espada
El Mundo, sábado 8 de agosto de 2011
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