El lugar es el símbolo de la felicidad planiana. No sólo por esa primera juventud, lenta como un verano antiguo. Algo más tarde, a principios de los años 30, fue el escenario de una intentona amorosa, concentrada en el libro de cartas Un amor al Canadell. Pla ya estaba vinculado a Adi Enberg, pero durante aquellos meses de 1932 parece que pudo librarse de ella. No soy yo el que habla así de Adi, sino él mismo, en algunos de sus intercambios epistolares con una Lilian Hirsch suiza. Lo cierto es que en aquel regazo y en aquella playa Pla pudo tener la tentación de quedarse:
«Acabo de recibir, cara bambina, tu acuarela. Si la querías, ¿por qué me la has enviado? La he colgado en la pared al lado de mis libros. Es muy sensible de color, de un realismo y un encanto triste. Conozco un poco la tragedia de las estaciones de ferrocarril. Hasta ahora no he hecho otra cosa en mi vida: marchar. Quién sabe si es mi destino. Ya comienzo a estar cansado. Las estaciones son las mejores facultades de filosofía y metafísica del mundo. Se ve la miseria humana, la fragilidad de nuestra naturaleza, la absurdidad de todo y de todos. En las estaciones se dicen frases vacías y altisonantes, se hacen solemnes promesas, se llora o se ríe. Nada».
Arcadi Espada
El Mundo, sábado 6 de agosto de 2011
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