Actor, director, dramaturgo, escritor, chamán, Cristóbal ha seguido la senda de su padre, Alejandro Jodorowsky, a través del arte y de la técnica terapéutica que denominan psicomagia, con la cual, mezclada con flamenco, ha estrenado en el Teatro Quintero, «Padres, madres, hijos, hijas».
—¿Quién está más loco, su padre o usted?
—(Se lo piensa un minuto antes de contestar) La locura es no poder regresar a la literalidad, pero mi padre y yo tenemos esa capacidad de ampliar la mente y regresar.
—Se lleva con su padre mejor que su padre con su abuelo ¿verdad?
—Trabajé para ello, me he esforzado en mutar y no en repetir, que es la tendencia que tiene el ser humano. ¡Hay que inaugurar lo vivido!
—Sus padres se desentendieron de usted cuando tenía cinco años.
—No sólo a los cinco años, sino desde que nací.
—¿Les guarda rencor?
—No. No todo dolor es un buen maestro para crecer.
—Pero a unos padres como los suyos, se les sobrevive ¿no?
—No, no, no. Viví. Si estoy vivo es que viví. Mis padres son una expresión de la conciencia, y de modo no siempre agradable me han permitido despertar.
—Sufrió de cleptomanía a los diez años ¿eso fue lo más grave?
—Fue una de las cosas que me sucedieron, porque yo he tenido todo tipo de neurosis. Fui uno de los mejores cleptómanos de Europa. En cuanto entraba en un super ya localizaba a todos los vigilantes, como si poseyera una visión circular. Me curé imprimiendo tarjetas de presentación que decían «Cristóbal. Niño cleptómano. Podía haber robado pero no lo hice. Reza por mí». Ahora no puedo coger ni un dulce, y si lo hiciera tendría que regresar corriendo a devolverlo.
—¿Qué es lo más valioso que robó?
—Me hice una biblioteca...
—También tuvo una juventud complicada...
—Es que fui educado en un ambiente de artistas de verdad, donde la vida es el arte. Es como un regalo para la sensibilidad, yo crecí con amor a la expresión de la vida a través de la belleza. Mi educación fue surrealista. Para castigarme, mis padres no me daban un cachete, sino que me decían que me iban a ensangrentar, y me metían en la bañera y me embadurnaban con cinco litros de salsa de tomate.
—Sus condiscípulos en la escuela de Marcel Marceau le llamaban el vampiro ¿por qué?
—Porque era tan apasionado que cuando cerraba la escuela me escondía en los roperos de esgrima para seguir trabajando de noche. Me entregué por completo a la pantomima. Tenía el sueño de ser caudal de la poesía.
—¿No fue a ver al psiquiatra?
—Una vez. Pero cuando me dijo que el incesto era un impulso irrealizable, me fui.
—¿La psicomagia es más eficaz que el psicoanálisis?
—Es que el psicoanálsis tiene un límite, que es la palabra., y los impulsos no se pueden realizar, no hay actos, uno no se libera del todo. Es como decir «te quiero» sin abrazar.
—¿Y cuál de los dos resulta más económico?
—A mí me salió más barata la psicomagia, porque me la apliqué a mí mismo.
—Cuando tenía 31 años ¿regresó del más allá?
—Me caí de un balcón de madera que estaba a doce metros de altura. Caí sobre cemento y mi corazón se paró, tuve una muerte clínica y me vi saliendo de mi cuerpo. Volví a mí; tuve esa experiencia. Cuando me reanimaron sólo tenía un tobillo desplazado. Vi que la vida era maravillosa, me fui de Chile y mi vida cambió para mejor.
—¿El doctor Freud sería capaz de asistir a uno de sus talleres?
—No, pero le hubiera hecho mucho bien. Freud hacía firmar un contrato a sus discípulos por el que se comprometían a no negar sus teorías.
—Freud recetaba cocaína, ¿qué es lo más duro que recetaría usted?
—Acuchillar un toro de peluche poniéndole una foto del padre o disparar a una reproducción en cera de un hermano si es que se tiene un impulso fraticida... Nada resulta duro para la inspiración.
—¿No teme que los psicólogos le denuncien por intrusismo?
—Yo no analizo, aconsejo. No induzco a nadie a hacer nada.
—¿Qué ha encontrado en el flamenco?
—Que es bailar con la muerte. Su parte dramática, que tiene toda la tragedia del mundo.
—¿Se puede sanar con el flamenco, hay un psicoflamenco como hay una psicomagia?
—No sé si puede sanar el flamenco; el arte es más bien una forma de liberación.
—Ha visitado chamanes en América, Indonesia, Filipinas e India, ¿nunca se ha encontrado con un charlatán disfrazado?
—¡Me gusta! Voy a pescar charlatanes que, a pesar de serlo, sanan. Me gusta ver qué pasa y cómo sucede que les mienten a los pacientes y ellos se sanan, se sanan ellos solos. Hacen operaciones con higadillos de pollo y sanan a la gente. El chamanismo es una metáfora.
—¿Hubiera sido posible crear este espectáculo en otra ciudad?
—No, porque esta gente se entregó de verdad.
—¿Qué ha descubierto en Sevilla que no conociera ya?
—La gente. La gente es gente de teatro, y Sevilla ha sido para mí una sala de ensayos
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