Pere Navarro ha explicado en ocho puntos su propuesta de reforma constitucional, palabras mayores. Se supone que en dichos planteamientos basará el PSC su estrategia y acción de los próximos años. Coincidiendo como coincido en la necesidad de una reforma profunda de la Carta Magna, no tengo por qué recibirla con recelo, pero el análisis liminar resulta desolador.
Los dos primeros puntos atañen puramente a los nombres de las cosas: desean que España se diga federal y se predique integrada por naciones, nacionalidades y regiones. Bien, España ya es un Estado Federal, no criticaré que se le designe adecuadamente. El constituyente, al evitarlo, debió considerar las resonancias primorrepublicanas, cantonales, cartagenas del vocablo.
En cuanto a añadir «naciones» a las categorías integrantes de la nación española -las nacionalidades y regiones-, agravaría la ya existente redundancia: «nacionalidad» es sinónimo de «nación». Por otra parte, en ningún lugar reveló el constituyente qué comunidades eran una u otra cosa. ¿Qué desea ahora el PSC? ¿Una opción más con la que no identificarse formalmente? Y si lo que busca es una explícita jerarquía de territorios, que lo diga. ¿Quién es qué?
El siguiente punto reclama una definición precisa de las competencias del Estado. Sólo que eso ya está en el artículo 149 de nuestra Constitución. Si se trata de exigir más precisión, la Constitución no es el lugar, sino las normas de rango inferior. Más nos valdría, en una eventual reforma, bloquear esa lista de competencias exclusivas del Estado, hacer que deje de ser papel mojado eliminando la posibilidad, profusamente usada, de transferirlas o delegarlas.
El punto cuarto está muy bien... para un partido nacionalista y reaccionario, pues va a beber en los antojadizos derechos históricos. Pero, ¿quién no tiene historia en España? ¿León, Castilla, Asturias? ¡Anda ya! En esa superstición provinciana, en esa propaganda, apoya el PSC su exigencia de «asimetría competencial». La misma lógica nacionalista rige con la lengua o con el Poder Judicial, que desean fragmentar. Para reformar así la Constitución, mejor déjenla como está.
Juan Carlos Girauta / ABC
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