Soy una incorporación relativamente reciente a la amistad con un grupo de tipos brillantes que, aunque el término no abarque a todos los que son, podríamos llamar los Cowboys de Medianoche. Su presencia es tumultuosa, porque los acompañan siempre todos los personajes del cine, de la novela, de la fantasía y la caballería, del deporte, más algún barman del Oak Room del que tienen recuerdo. No llegué a ellos a tiempo de participar en alguna de las míticas sesiones de Martinis -el cuchillo líquido de Alcántara- en casa de Alfredo Landa, porque el actor ya estaba recogido en sí mismo, a solas con sus estragos. Durante los últimos años, se me fue perfilando un retrato íntimo de Landa porque los Cowboys hablaban de él, con la nostalgia de lo que ya se ha ido, cada vez que uno de ellos regresaba de visitarlo, o cuando llegaban noticias traídas por quien fue su médico, Anciones, un miembro de la cofradía.
En la cocina de Garci, creo recordar que imantada en la nevera, hay una fotografía que siempre me gustó especialmente. Fue tomada en la casa, durante una cena semejante a las que ahora estiramos hasta la madrugada. Se nota que es verano porque están bronceadas las pieles de Andrea Tenuta y de Alfredo Landa. Ella escucha divertida el monólogo de Landa que, por los ademanes, parece torrencial, apasionado, por tanto característico. Landa y Garci estuvieron tan fusionados que se sacaron el uno al otro lo mejor que llevaban dentro.
Una de las razones por las que quiero tanto a Garci es su sentido de la amistad. Además, hay amistades que, para él, sólo pueden fluir hacia un proceso de creación compartido. Como la de Viertel y Huston. Como la suya con Landa. A veces, Garci iba a ver fútbol con él a la clínica, y le decían que Landa se estaba entregando. Garci quiso darle un propósito de vida con un proyecto, el de 'El crack tres', con Germán Areta en silla de ruedas, lo suficiente para jugar al mus y fantasear con combates de boxeo. Las páginas del guión estaban todas en blanco. Sólo quería sacarlo de la rendición, como si por hacer otra película con un amigo, igual que por conducir un Ferrari en 'Esencia de mujer', valiera la pena aplazar el momento en que uno se transforma definitivamente en un recuerdo prendido con un imán en la puerta de una nevera.
Tenemos que escribir.
David Gistau / El Mundo
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