Esa es la razón de que la
necesidad de reglas no puede tomarse por censura. Comprendo que la libertad de
las redes no puede quedar estrangulada por restricciones, comprendo que las
restricciones pueden resultar peligrosas puesto que peligrosa es su valoración:
¿Qué es crítica legítima y qué es difamación? Pero la gestión de las reglas no
es una restricción, es funcional para el medio, para su supervivencia, para los
intereses que los usuarios continuarán o no nutriendo. Por eso creo que Enrico
Mentana se equivoca cuando dice que o estás dentro o fuera y que no hay que banear. Pero banear es decidir dar una impronta al espacio
propio: es ejercer un derecho propio.
La educación en la web, mejor
dicho, la educación para la web, todavía está naciendo. La elección de utilizar
un lenguaje en vez de otro es fundamental. Cada contexto tiene su lenguaje y el
de las redes sociales, por directo que sea no es en absoluto coloquial. Se
nutre de la ficción de hablar confidencialmente a cuatro amigos, pero en
realidad todo lo que se dice se multiplica inmediatamente hasta el infinito, y
resulta ser por tanto el más público de los discursos. No se trata de ser
hipócritas o políticamente correctos, sino de comprender que utilizar un
lenguaje disciplinado, no agresivo, es construir un modo de estar en el mundo.
Los lingüistas Edward Sapir y Benjamin Whorf han teorizado la relatividad
lingüística según la cual las formas del lenguaje modifican, permean, plasman
las formas del pensamiento. El modo en que hablo, las cosas que digo, y sobre
todo cómo las digo, las palabras que utilizo, harán del mundo en el que vivo
uno idéntico al que está conectado a mis palabras. Si utilizo (no si conozco,
sino simplemente si utilizo) 100 palabras, mi mundo se reducirá a esas 100
palabras. Nosotros somos lo que decimos. Por tanto el lenguaje soez, el insulto
o la agresividad no construyen una sociedad más sincera sino una sociedad peor.
Seguramente, más violenta. Los comentarios biliosos de los usuarios de Facebook
y Twitter solo aportan bilis y veneno a las vidas de quien los escribe y de
quien los lee. Por desgracia, esta entropía del lenguaje está contagiando a la
comunicación política, siempre en busca de la gran simplificación, de la
cháchara divertida y ligera, de la ocurrencia resolutoria. Con frecuencia
palabras liberadas sin mediar reflexión, continuas meteduras de pata a las que
es preciso poner remedio. La verdad es que si repites en público las sandeces
dichas en privado no es que seas sincero y los demás hipócritas, eres
sencillamente maleducado y, en muchos casos, irresponsable.
No es libertad —ni mucho menos
libertad de expresión— insultar. Es difamación. Algunos intérpretes talmúdicos,
parangonan la calumnia con el homicidio. Y si pienso en Enzo Tortora
(periodista y presentador víctima de graves calumnias) no creo que se
equivocaran mucho. La democracia es responsabilidad y estoy convencido de que
las reglas y la marginalización —no la represión— de la violencia y de la
trivialidad salvarán la comunicación en las redes sociales. El que quiera usar
la red social solo para hacer matonismo mediático podrá abrir su fight
clubpersonal, sin nutrirse —como un parásito— de la fama de los
demás.
Roberto Saviano / El País
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