Jaquetones * de los ochenta
Jaquetón visto por Mariano de Cavia |
El auge de la Fiesta Nacional no puede desmentirlo nadie: ni
ganaderos, ni matadores, ni espontáneos ni monosabios. Dos ejemplos, dos polos
opuestos –tan opuestos como Joselito y Belmonte-, que revelan la vitalidad del
Arte Supremo con esclarecedoras luces.
Fernandito, el torero punk ovetense. Siempre quiso ser
torero, pero se tuvo que conformar con el liderazgo de un conjunto punk. Actuó
de telonero con Ramoncín, y gustaba de adornarse con toda clase de imperdibles
y objetos punzantes que no dudaba en incrustar en sus carnes toreras. Aunque
nunca nadie lo había visto torear, una gran peña de aficionados se fue
congregando en torno a su mitológica figura, y al cabo de varios años de gloria
tabernaria un mecenas accedió a adquirir cinco toros para Fernandito.
La corrida fue memorable. Con un revólver del 38 corto,
vestido de luces, haciendo la rana, de espaldas y a cinco metros del toril,
Fernandito despachó a cinco astados, tiñendo de blanco las cabelleras de la afición,
que envejeció aquella tarde asturiana lo que no había envejecido en toda su
vida anterior.
Paco Machado (que, por cierto, toma hoy la alternativa en la
plaza de Aranjuez) podría ser el contrapunto. Universitario, ilustrado,
ortodoxo, exacto, veintiún años de edad, matador de extraordinaria precisión,
traje diseñado por Antonio Lenguas dentro de los moldes más puramente clásicos.
Pacho Machado supone la renovación einsteniana de la Fiesta por la vía de la
vuelta a os orígenes de la única metafísica que un español es capaz de
comprender: el serio y sublime juego –que no trampa- de un hombre con la
inteligencia y las luces suficientes para ponerse delante de un toro.
Javier Barquín
*Jaquetón, paradigma de
la bravura, fue lidiado en Madrid en la tercera corrida de abono de 1887
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