viernes, 31 de diciembre de 2010

0 Y así fue nuestro 2010 (y VI): El día que se acabaron los Aquarius

Repitámoslo dos veces más, sólo dos, antes de que termine el 2010. A partir de ese momento miraremos por arriba, como por encima del hombro: fuimos Campeones del Mundo ¡Campeones del Mundo! Ese día rellenábamos un cromo más del álbum de fotos en el que tenemos sueños por cumplir. A partir de ahí ser los reyes del fútbol estaba coloreado junto a los vacíos de montar en globo y pisar la luna.
Mitifiquemos el tiempo. Dentro de 70 años, los que estemos de los de ahora no nos acordaremos de 2010 por la crisis, por la huelga ni por los controladores. Nadie hablará de eso. Los periódicos buscarán a un Casillas presidente vitalicio del Madrid, a la familia Torres como legítimos dueños del Atlético y, en el mejor de los casos a Iniesta, pero si no fuere así a su nieto que ahora abandera un Barcelona surgido de la cantera de la Masía. Pero mitifiquémoslo más aun. Porque si el 666 es el diablo, el 117 desde el 2010 siempre significará la gloria. Porque la Uefa del Atleti ocurrió en otra prórroga, en otro lugar, con otros protagonistas, con la misma afición, con otras camisetas pero en el mismo minuto. En el primero de los casos fue Agüero quien, en una jugada mágica, pasó para que el uruguayo, pícaro, enviara a la red el gol que volvía a hacernos grandes. En el segundo sería Fábregas el que habilitaría a Iniesta para que enviara al fondo de la red una bolea en la que viajaban nuestros sueños. Porque si Hacienda somos todos, la selección también.
Así las cosas, se desató la locura colectiva. Abrazamos a nuestros enemigos de barrio, nos manchamos con caras pintadas ahora derretidas en un asqueroso mejunje de lágrimas, pintura y mocos. Vi a gente bañarse en las fuentes y descorchar champán. Vi a gente rociando con cubatas todo lo que encontraba a su paso. Los camareros no servían más, los guardia civiles no controlaban el tráfico y las centralitas no daban abasto porque nos acordábamos de quienes no estaban con nosotros. A otros, aunque les hubiera gustado estar, nos fue imposible llamarlos. Casillas alzó la copa y de ahí en adelante la eternidad. La borrachera colectiva estaba servida. Al día siguiente, en mi oficina se acabaron los Aquarius.
D.N.M.

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