Las lágrimas de un Serafín Marín abatido en el parlamento catalán ilustraron la noticia: el tripartito acababa de votar a favor de la abolición de los toros de en Cataluña. Curioso asunto este, tanto por la libertad de voto en los partidos que no se propugnó en caso del aborto (donde lo haya una cuestión de índole moral bastante más personal que el asunto taurino) como por la proveniencia: no conocemos otra afición de Montilla, el cordobés que pasará a la historia por prohibir los toros, que no sea el mundo de la capa y la espada. Los amigos del profesor Mosterín habían ganado.
El debate no fue algo inmediato. De hecho y bajo una “ielepé”, fue necesaria la recogida de 180.000 firmas para llevar la misma al Parlament. De un lado la plataforma Prou!, con su líder argentino a la cabeza y del otro la ya de por sí escasa afición a la fiesta en Cataluña. El debate atravesó fronteras. Así la revista Time se hacía eco sin ningún tipo de pudor sacando de contexto las palabras del filósofo Savater:
“Another of Spain's best-known philosophers, Fernando Savater, is equally obtuse. Horrified that politicians might legislate on a moral question, he clings to the chestnut that no one is obliged to attend bullfights. In an article that charges off in all directions, Savater's argument against prohibition descends to the level that "the first European proto-ecologistic laws to protect Mother Earth and animals were dictated by the vegetarian Adolf Hitler."
Curioso hasta aquí el debate de la progresía del Time, revista afincada en EEUU, que viene a dar lecciones de derechos. ¿Guantánamo? Si, eso es otro tema.
El cantante también argentino Andrés Calamaro, gran aficionado a la fiesta también salió a la palestra con unas declaraciones en el programa de Buenafuente. Reconsidérese la postura más, si cabe, de que estas declaraciones están realizadas en plena jauría de Roures, por aquellas fechas verdaderos apoyos del regimen tripartito y por extensión, zapateril.
El debate no fue algo inmediato. De hecho y bajo una “ielepé”, fue necesaria la recogida de 180.000 firmas para llevar la misma al Parlament. De un lado la plataforma Prou!, con su líder argentino a la cabeza y del otro la ya de por sí escasa afición a la fiesta en Cataluña. El debate atravesó fronteras. Así la revista Time se hacía eco sin ningún tipo de pudor sacando de contexto las palabras del filósofo Savater:
“Another of Spain's best-known philosophers, Fernando Savater, is equally obtuse. Horrified that politicians might legislate on a moral question, he clings to the chestnut that no one is obliged to attend bullfights. In an article that charges off in all directions, Savater's argument against prohibition descends to the level that "the first European proto-ecologistic laws to protect Mother Earth and animals were dictated by the vegetarian Adolf Hitler."
Curioso hasta aquí el debate de la progresía del Time, revista afincada en EEUU, que viene a dar lecciones de derechos. ¿Guantánamo? Si, eso es otro tema.
El cantante también argentino Andrés Calamaro, gran aficionado a la fiesta también salió a la palestra con unas declaraciones en el programa de Buenafuente. Reconsidérese la postura más, si cabe, de que estas declaraciones están realizadas en plena jauría de Roures, por aquellas fechas verdaderos apoyos del regimen tripartito y por extensión, zapateril.
Así las cosas, el debate posterior surgió en torno a las verdaderas dimensiones de la votación. ¿Por qué acabar con algo que, prácticamente, ya era historia en Cataluña? ¿Por qué defenestrar la fiesta bajo una sumisión parlamentaria cuando apenas se celebraban corridas al año? Y la última cuestión ¿de qué manera podemos entender que los correbous no sean prohibidos mientras que los toros si? Gistau lo definía y ya no sólo como la manía antiespañolista y madridfóbica del catalanismo arraigado, sino con el afán de intervencionismo del socialismo actual en la forma de vida del español:
“La manía de prohibir e intervenir, de la que el progreso abusa cada vez con menos disimulo, tiene un origen narcisista. Es tal la complacencia de los valores propios, que lo que se pretende es ayudar a los demás a no existir en el error. El error de ser militar y católico en el Corpus, por ejemplo. Corregir conductas desviadas, salvar almas de sí mismas, proceder a una suerte de «estandarización universal» que resuelva el caos de ser a partir de otros principios: he aquí, repetida, la eterna pulsión inquisitorial que el progreso disfraza con una falsa sofisticación amable. De esa forma, sin apenas resistencia, va cuajando lo que Goldberg llama el «fascismo progresista», que proporciona la paz de espíritu de estar con los elegidos, con los buenos naturales, con los que tienen razón: más allá sólo hay mutantes morales, zombis cavernarios a los que, cuando no se dejan corregir, se les recluye en el exilio interior, al otro lado del famoso cordón sanitario. El maniqueísmo de Luz y Oscuridad está bien para La guerra de las galaxias. Pero se vuelve estúpidamente reductor para ordenar nuestra vida en sociedad sin que importe otra cosa que la adhesión -o la sumisión- ideológica.”
D.N.M
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