Lo confieso, soy de esos nostálgicos a los que la Navidad trae infinidad de recuerdos, el paso del inevitable del tiempo va dejando secuelas, que en esta fecha se acentúan nos guste o no.
Desde hace unos años llevo siguiendo un ritual iniciado cuando la adolescencia se apoderó de mi ser, dicho ritual, es el de pasear por el viejo parque que me vio crecer. Recuerdo con gran cariño, cuando llegaron las canastas, que nos hicieron sentir gigantes a todos e incluso, consiguieron que durante unos meses el "deporte rey" pasara a un segundo plano mientras soñábamos ser Alberto Herreros, posteriormente se instalaron unas simples vallas que a efectos de una persona adulta eran para separar el parque, pero para nosotros, los niños, fueron unas estupendas porterías, en las que jugar derbys y derbys, en las que practicar nuestros primeros disparos. Como eran tiempos de bonanza, todo siguió su curso, aquella explanada polvorienta continuaba transformándose, un buen día, llegaron unos bancos, incómodos donde los hubiera, que en verano abrasaban y en invierno daban una sensación aún más gélida, pero nos parecían unos bancos que no tenían ni en la Calle Serrano, con todo esto, la antigua explanada polvorienta se convirtió en el "Parque Nuevo", que más se podía pedir.
Cómo no olvidarme de tí, señora Catalina, cuantas veces te insultamos, cuantos balones nos rajaste y cuantas veces te acordaste de toda nuestra estirpe, mientras charlabas y chismorreabas sobre los cotilleos del barrio. Tampoco me olvido de tí Vane, ni de tu panadería, ni de las veces que nos apuntaste en una lista el dinero de las chuches, que luego con religiosa puntualidad pagaba mi abuela. Roberto, no te enfades, tu bar también ocupa un lugar importante, esos primeros partidos PPV que nos dejabas ver sin "abonar la consumición".
Eran tiempos felices para todos, todo funcionaba, la gente vivía sin problemas y se permitía el poder charlar hasta altas horas con sus vecinos. Incluso aquella casa "maldita" que a todos los pequeños nos asustaba, dadas las leyendas contadas por los mayores e imaginadas por nosotros, parecía tener un trasiego sorprendente por estas fechas, se rumoreaba que llegaban nuevos vecinos, no paraba de haber ruidos y de entrar y salir escombros. Pronto nos lanzamos a aventurar, serían unos señores mayores o tal vez gente joven, mientras todo el mundo se preguntaba quienes serían los inquilinos, llegó la sorpresa, mayúscula donde las haya, un grupito de Nigerianos, que nadie sabía bien que hacían y que pretendían en ese barrio. Las chismorreras pronto imaginaron a la par que inventaban, hasta que un día el señor José, persona abierta donde las hubiera con un pero, su afán por contar su experiencia emigrante en "Alemaña" como el solía decir, nos contó que tras hablar con uno de ellos, sabía que eran albañiles, con una complicidad que solo puede tener alguien que vivió su misma experiencia años atrás. Para acabar esta fiesta recordatoria, no me olvidaré del equipo del barrio, con camisetas gratis y campo de fútbol a estrenar, cosa que hoy suena a lujo.
Corría la mitad de la década de los 90. Hoy, decidí pasarme por ese hervidero de recuerdos, y ¿sabeis qué? Las canastas están maltrechas, fruto de la erosión, la valla, tuvieron que retirarla debido a que estaba oxidada y los bancos están olvidados. Catalina ya no baja a la calle, cuentan que la pobre ya no está para estar subiendo y bajando, Vane tuvo que cerrar su panadería y Roberto su bar (se ha ahorrado el trámite de la Ley Antitabaco por lo menos) encontrándose estos locales abandonados, resistiendo únicamente la vieja y camino de ser eterna Churrería. De los nigerianos nadie se acuerda, ya está la casa, ahora abandonada y ocupada por ratas y gatos de malvivir, para recordarnos que desde hace algún tiempo dicha casa volvió al oscurantismo de antaño. El señor José no volverá a "Alemaña", la que si ha vuelto ha sido su hija, cansada de esperar una oportunidad aquí. ¿Y qué decir del equipo del barrio? Aquel proyecto que tanto ilusionó a los vecinos, desapareció por falta de fondos e intuyo que ya no volverá y lo que es peor, ese espíritu de alegría colectiva, ha dado paso a una capa oscura de sentimientos entre los vecinos.
Esta es la historia de mi viejo barrio e imagino que la de tantos y tantos barrios en España, los "felices" 90 han evolucionado en estos depresivos años, dado el día que es hoy, no me apetece buscar al culpable, aunque no es nada díficil.
Os deseo un feliz 2011 a todos, yo me comeré un churrito en la vieja Churrería a la salud de todos vosotros, por lo menos, me tomaré un trocito de aquella felicidad que nos rodeaba.
A.Briega
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