
Ahora, Jéctol, mientras te recuerdo cantando “Ah, ah, oh, no”, me pregunto a qué hora pasaron esos veinte años que llevas muerto.
Al oír la canción me dan ganas de acompañarte, porque nadie se queda impasible cuando tú suenas. Cuando tú suenas todos nos volvemos coristas.
Te oigo, Jéctol, te sigo oyendo.
Y yo te pido un besito
Ah, ah
Y te toco la manito
Oh, no
Y te digo que te quiero
Ah, ah
Que eres mi único anhelo.
Entonces me traslado mentalmente a una fiesta en Ponce, Puerto Rico, tu ciudad natal. Veo enamorados abrazados que se separan en la pista de baile para zapatear mejor la canción; veo gente que prefiere suspender...