Recentrés y decalés
Hacia 1992 habrá unos seis millones de españoles que,
nacidos entre 1960 y 1970, formarán nuestra primera generación posmoderna.
Creados en la prosperidad del desarrollismo, acostumbrados al televisor, teen agers de la transición, han
despertado a la vida social al mismo tiempo que al pop, el cómic, el cine; protagonistas de huelgas estudiantiles,
hijos del SIDA y de la Guerra de las
Galaxias, los primeros posmodernos españoles son muy similares a los
europeos. Educados en la moralina utópico-humanitaria y en la opresiva
tolerancia de la generación precedente –la de mayo del 68-, cubren de sarcasmos
las boutades sesentayochistas tipo Papá-Maravall:
“puesta-de-largo-reivindicantiva-de-la-primera-generación-democrática”.
Ellos serán los españoles cañís de 1992.
En Francia (con perdón), los expertos del Centro de
Comunicación Avanzada han dividido esta generación en dos grupos mayores: recentrés y decalés. O lo que es lo mismo –y a la espera de alguna traducción
más ingeniosa-: recentrados y desmarcados; de algún modo, centrípetos
y centrífugos de una sociedad que los mira perplejos. Guillaume Faye los ha diseccionado en un libro que aún espera su
versión española (La Nouvelle Societé de
Consommation, 1984).
El recentrado
trata de combinar el espíritu burgués con la preocupación social. Siente un intenso impulso de armonía doméstica
que le hace concentrar sus esfuerzos en micro comunidades, barrios, espacios
ecológicos de vida…Frenético consumidor de mensajes, alimentado por folletones
televisivos y ciencia ficción, se aísla del mundo con instrumentos telemáticos
y audiovisuales de terrible eficacia. Repliegue sobre sí mismo, fin de toda Revolución.
En cuanto al desmarcado, es opuesto y complementario del
anterior. Su entorno político le importa un bledo. Psiquismo de soñador, busca
continuadamente la evasión y se inclina a la esquizofrenia: se integra en la
sociedad por su trabajo, pero está mentalmente en otra parte. Tan primitivo
como sofisticado (simple música-ritmo en complejo walk-man), es audiovisual y sensitivo. Le gustan las revistas locas, la radio sólo-música, el cómic cinematográfico.
Anda por aquí, pero su vida no entra aquí.
Recentrados y desmarcados: lenta, irrefrenable
implosión de lo social, como bien había visto Baudrillard; pero no alimentemos miedos de decadencia. No habrá
decadencia mientras, como dice Lipovetski,
lo encontremos divertido. Nace así un consenso blando que guarda de todo riesgo
nuestra seguridad social, nuestro humanitarismo cool y asistido por la providencia estatal. No, nadie nos privará,
a estas alturas, de nuestros preciados fluidos corporales.
Recentrada, desmarcada, probablemente ambas cosas.
Así será la España cañí de 1992.
José Javier Esparza
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