martes, 5 de marzo de 2013

0 El misterio del "Castillo Montealegre"


Hace un año les contaba a ustedes en esta página -El marino que lloraba- un recuerdo infantil, de cuando mi tío Antonio Pérez-Reverte, capitán de la marina mercante, se reunía en mi casa con otros dos capitanes amigos, Salvador Pérez García y Ginés Sáez, íntimos los tres desde que eran alumnos de Náutica. Contaba en el artículo que Salvador había sobrevivido al torpedeamiento de su barco durante la Segunda Guerra Mundial; y que su relato me impresionaba al escucharlo de niño, por la amargura con que refería la suerte de varios compañeros desaparecidos en el mar: un grupo a bordo de una balsa que dificultaba la navegación del bote salvavidas donde iba el resto de náufragos, y que se perdió de noche, después de que alguien cortara el cabo y dejase la balsa a la deriva. Eso es lo que conté en mi artículo, y poco más; pues nunca hasta entonces supe otra cosa: ni dónde fueron torpedeados, ni cuándo, ni por quién. Hasta desconocía el nombre del barco, o lo olvidé tras escucharlo siendo niño. Fue la tragedia de aquellos hombres abandonados y la desolación de Salvador al recordar -a veces veía lágrimas en sus ojos- lo que retuve toda mi vida. Con eso escribí la página, sin ir más allá. Un recuerdo infantil del mar y sus tragedias. Eso era todo.

Sin embargo, se produjo un efecto curioso. Mi tío Antonio, Salvador y Ginés habían muerto cuando publiqué el artículo; pero mi memoria del suceso, breve y vago recuerdo infantil, era compartida por otros. Lo supe después, cuando varios lectores -compañeros de Salvador, hijos y amigos de supervivientes- me hicieron llegar informaciones complementarias y detalles del naufragio, incluido el informe oficial de la compañía Trasmediterránea sobre la pérdida del buque. Gracias a ellos puedo hoy completar aquel impreciso recuerdo mío, reconstruyendo la historia completa; el drama que hacía llorar a Salvador cuando, con un cigarrillo en la boca y un vaso de whisky en la mano, recordaba la tragedia de un barco cuyo nombre conozco ahora: el Castillo Montealegre.

Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
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