martes, 19 de octubre de 2010

0 Hooligan: producto exquisito (3 de 3)

No son las víctimas sino los beneficiarios de la llamada civilización quienes conforman estas huestes bárbaras que siembran la violencia en las calles adyacentes a los estadios e incendian las tribunas. Desde luego, en sus filas encuentran cobertura y terreno propicio para realizar sus designios personajes excéntricos y desquiciados, bandas fascistoides, sádicos, desesperados. Pero éstos son la excepción, no la regla, las moscas que atrae la carroña, no la infección que la provoca.
En verdad, el fenómeno de la violencia futbolística no suele ocurrir en los países pobres y subdesarrollados: en ellos las violencias son menos frívolas, más elementales. Es un patrimonio de la modernidad y la opulencia. Se da en un país de altos niveles de vida y de costumbres civilizadas, que, precisamente porque ha llegado a ese alto nivel de desarrollo económico, cultural e institucional puede costear a sus ciudadanos, aburridos de las rutinas y autocontroles que inflige la vida civilizada, el lujo de desahogarse, de tanto en tanto, jugando al bárbaro, permitiéndose aquellos excesos que le están vedados en la vida diaria, algo así como, en las culturas primitivas, la ceremonia del potlach, o los carnavales del Medioevo cristiano, autorizaban al ciudadano a hacer aquello que nunca antes hacía ni debía hacer, rompiendo con su norma de conducta habitual y obedeciendo por unos días al año al capricho de sus más escondidos instintos.
Freud explicó que la civilización es una mutilación a la que el civilizado no se conforma nunca del todo, y que por ello está siempre, inconscientemente, tratando de recuperar su totalidad, aunque ello ponga en peligro la coexistencia social; y Bataille sostuvo que la razón de ser de la literatura era hacer vivir al hombre -en ficciones- todo aquello a lo que había renunciado para hacer posible la vida en comunidad. Por ese atajo hay que entender la paradoja de las brutalidades irracionales de los hooligans ingleses. Privilegiados ciudadanos de una sociedad que a lo largo de mil años de historia fue reduciendo la precariedad, el despotismo, el desamparo, la pobreza, la ignorancia y el imperio de la fuerza bruta en las relaciones humanas que son norma invariable de las sociedades primitivas, ahora se aburren y añoran todo aquello que perdieron -la incertidumbre, el riesgo, la vida vivida como instinto y pasión- y, de cuando en cuando -de partido en partido, de campeonato en campeonato-, gracias a la rubia cerveza y al anonimato que garantiza el disolver se en un ser colectivo, la hinchada, retornan a la tribu, sacan a luz el amordazado salvaje que nunca dejó de habitarles y le permiten por unas horas cometer todos los desafueros con los que sueñan, como un desagravio, por la monotonía de sus empleos, profesiones y rutinas familiares. El hooligan no es un bárbaro: es un producto exquisito y terrible de la civilización.
Mario Vargas LLosa

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