En los últimos días hemos entrado todos como el ganado por
el redil que abrió Pablo Iglesias. En el enésimo debate sobre los medios de
comunicación, se ha mezclado todo. Las buenas críticas se han confundido con la
propaganda de todos los partidos, encantados de señalar a los demás con cierto
grado de justificación. Que haya salido Pablo Casado a defender la
independencia de la prensa es sintomático del grado de ridículo que ha
alcanzado la polémica. El caos de las churras y las mentiras, la macedonia de
acusaciones justas e injustas ha sido tan grande que merece la pena recapitular
en cuatro párrafos. ¿Qué ha pasado aquí? Díganme si me equivoco:
El día en que Unidad Editorial masacra a la redacción de 'El
Mundo' con un ERE abominable, Iglesias señala a un periodista de ese medio, que
cobra cuatro duros, y lo usa como palanca para quejarse de que la prensa trata
mal a su partido. Sabe Iglesias que, al personalizar su ataque en un pobre
redactor, la reacción del gremio va a ser virulenta. Quiere abrir un debate a
la manera en que nos tiene acostumbrados: primero el ruido, la fiesta; después
el duelo y la reflexión. Quiere sacar, como todo político, la máxima
rentabilidad a un estado transitorio de cabreos cruzados.
Desde el minuto uno se suceden artículos: de un lado los
gremialistas, categoría en la que entro yo, cegado por el mosqueo, y de otro
los que llamaré podemistas, no porque sus autores sean necesariamente afiliados
a Podemos, sino porque entran al debate exactamente por donde Pablo Iglesias
espera. Así, se publican cientos de artículos contra Podemos por hacer una
crítica que tiene su parte de verdad, y unos pocos artículos que, sin defender
a Pablo Iglesias y admitiendo que “la ha cagado al personalizar”, arremeten
contra la prensa y se recrean en el y tú más: ¿y el plasma, y la decapitación
de Pedro J., y la colonización de TVE?
Juan Soto Ivars
El Confidencial
Leer el artículo completo en El Confidencial
0 comentarios:
Publicar un comentario